Ícaro no voló muy alto y perdió sus alas cayendo al mar, no vivió a través de un relato que retó al tiempo, Ícaro se limitó a ver cómo su vida pasaba debajo de la libertad de su cometa, a observar pacientemente su día a día y a esperar que todo mejorara, mientras que su madre apenas se fijaba en él tras la pila de una pila de cervezas. Ícaro no decide acercarse al sol, se encierra en su habitación y en una realidad que sólo él conoce, contraria a su madre tras una equivocación, un error le costará la compañía de su progenitora y lo sumergirá en una soledad aún crónica. Ícaro sólo observa como todo cambia a su alrededor, menos él, nunca ha sido Ícaro, sino Zuchinni. (Calabacín)
Optimismo grisáceo
Claude Barras es un suizo que lleva un tiempo en el campo de la animación, reconocido por trabajar en cortometrajes como Au Pays Des Tetes (2008), Zucchini (2010),The Genie in a Ravioli Can (2006), entre otros. Utiliza un estilo en el cual le rinde tributo a Burton y al mismo tiempo habla de temas sumamente delicados de una forma sencilla e incluso satírica, para él la desgracia puede tener un lado irónico y al final del trayecto cierto optimismo. Sus personajes, casi siempre conservan los mismos ragos, ojos grandes y un rostro que transmite todo tipo de emociones.
El año pasado Barras elaboró su primera película, cambiando de formato Autobiographie d’une Courgette de Gilles Paris. Nominada al Oscar podríamos creer que su apuesta podría ser parecida al resto de las cintas de la selección, pero decide apostar por un tema único, triste y difícil: la orfandad.
Ícaro, es un niño solitario que juega en un cuarto recreando su propia historia, redefine su libertad mediante su cometa, pero su vida dará un giro radical luego de perder a su madre y para su tormento: todo será su culpa. Ícaro decide que él no reconoce otra identidad que la de Cabalacín y así empieza a ser llamado en el orfanato.
En esas cuatro paredes donde albergan los niños, el dolor y el sufrimiento se camuflajean ante la compasión de los adultos, cada uno de los huérfanos en el fondo se sienten rotos pero al mismo tiempo acompañados en su miseria. Conocemos sus pesares a medida que avanza la película; Simon es un niño iracundo que se impone a los demás, sopesa su ansiedad averiguando al máximo los detalles de sus compañeros y todos se acostumbran a tal patrón de orden. Jujube es un niño frágil que siempre lleva una bandita en su cabeza, irónicamente su madre reside en un sanatorio, mientras que Alice, una niña tímida, se oculta del mundo mediante su flequillo y sus característicos movimientos compulsivos. Ahmed, es un niño que aún se hace pipi en la cama y que perdió a su padre, luego que éste fuera atrapado robando para intentar comprarle unos zapatos de marca a su hijo. Bea, sufre las consecuencias de los actos de los adultos, su madre fue expulsada del país y enviada a África lejos de ella.
Hermandad y crueldad
My life as a Courgette no censura los temas fuertes, una de las protagonistas pierde a sus padres luego de que uno de ella le enseñara a disparar. El mensaje de la película se enfoca en aportar una esperanza y un porvenir a las peores circunstancias, un punto de quiebre en donde es posible comenzar otra vez. Su animación en stop motion recrea personajes vivos en donde las facciones son importantes, donde la cámara se fija a una altura estándar para presenciar como la ingenuidad de los niños aún existe tras tanto infortunio.
Su duración puede ser polémica para algunos y suficiente para otros, en 66 minutos se condensa no sólo la historia de Calabacín sino una gris realidad que puede cambiar gracias a las circunstancias de la vida. Es una cinta que debería tener más reconocimiento, ante todo por los temas que trata y por el nivel de animación que maneja.
Nos vemos en la próxima.
@Chdnk