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Etiqueta: tristeza

  • Adiós, amor

    Adiós, amor

    Tú sabes lo que siente mi corazón, lo que hace vibrar mi pasión

    Lo que a veces, inútilmente trata de ocultar mi razón

    Que te quiero, que te adoro, que vives en mi mente y en mi corazón

    Que de mil formas diferentes he intentado superar esto que inquieta mi mente

    No es en vano que dicen que el amor lo puede todo, no es falso decirte que te extraño

    Que cada mañana mi corazón escucha en el fondo de mi mente el sonido de tu voz

    Y que por las noches en la luna veo tus ojos antes de cerrar los míos

    Que en un sueño beso tus labios y de madrugada escribo versos para ti.

    Lo sabes, porque te lo he dicho, lo sabes porque te lo hago sentir

    Del mismo modo que yo sé que no eres para mí.

    Qué difícil amor mío, es dejarte partir

    Qué cosa tan complicada aceptar que sin ti yo he de seguir.

    Sé que no te faltará quien te haga feliz,

    Que en tu mente y cuerpo abundan besos y caricias que no son míos

    Que nunca pude lograr que dejaras de lado lo que alguien más te podía dar.

    Que intenté hasta el último momento, comprender tu forma de querer

    Que una y otra vez traté de adaptarme a tu curiosa forma de ser

    Que hoy reconozco que no pude, que he perdido, que ya tendría que haberme ido

    Alejado para siempre de tu vida, desde que sucedió la primera vez.

    Que no pude porque fui débil, que lo postergué por miedo al dolor

    Un dolor que no me ahorré, que al contrario solo acrecenté

    Que en mi ingenuidad pensé que si a mí volvías era porque era a mí a quien querías

    Sin embargo tu corazón alberga a cualquier cantidad de ilusas

    Y tu cuerpo es la pista de aterrizaje de muchas aventuras.

    Yo te ofrecía algo más que lo etéreo, algo más que duradero

    Yo te ofrecía mi todo, mi presente hecho persona

    La oportunidad de darte algo más que el aquí y el ahora.

    Un amor sincero que no engaña ni abandona.

    Hasta a ti un beso enamorado, apasionado, el más dulce que pude haberte dado.

    Mis versos de madrugada que compartiste con alguien más, me los llevo en el alma

    Que seas feliz y que yo encuentre algún día lo que tú, de mil formas encontraste…

    V.

  • Sin ti o contigo

    Sin ti o contigo

    Sin ti o contigo

    Mi piel quema

    Es por la ausencia de tus manos

    Lloran mis labios

    Ante la falta de tus besos

    .

    ¿Dónde te has marchado?

    Te busco entre tinieblas

    Siento frío en el cuerpo

    Que me cala el alma helada

    .

    Me duele tu recuerdo

    Gritan mis silencios

    No puedo soportar este dolor

    Me hundo en el encierro

    .

    Cada vez más

    Caigo en la agonía

    De vivir cada día

    Sin el calor de tu cuerpo

    .

    El sonido de tu voz

    Deja un eco de vacío

    Que poco a poco en mi interior

    Se va llenando de hastío

    .

    Sálvame de este castigo

    No me dejes esta pena

    Espérame a que no me duela

    Y entonces sigue tu camino

    .

    O mejor yo te lo pido

    Que termines de una vez con este suplicio

    Llévate mi corazón

    No me dejes tus recuerdos

    .

    Cuando cruces esa puerta

    Que te lleva hasta el olvido

    Carga tú con la penitencia

    De pensarme en el camino

    De olvidarme totalmente

    Y dejarme en libertad

    Que por mí, yo estoy decidida

    A querer vivir sin ti…o contigo.

    .

    .

    Autora Verónica Guerrero H.

  • Vacío

    Vacío

       El hueco en mi pecho. La sonrisa fingida. Las horas de sueño como evasión de la realidad. Síntomas de un evidente vacío emocional. Poco se puede hacer para eliminar de mis entrañas una sensación evidentemente incómoda.

       Pasarán días, meses y años. Ese vacío seguirá en mí, más por resignación que por impotencia. De nada sirve tener ojos si no se puede ver, y en un sentido figurado, de nada sirve tener un corazón si no se puede amar.

       Resulta en verdad cursi asumirlo de este modo, pero es lo que hay y lo que habrá por mucho tiempo. En estos tiempos la poesía quedará tan huérfana como un amor no correspondido. Los versos se esfumarán como humo al arder en la indiferencia .

       No es que el amor, o la ausencia del mismo, sea la principal causa de muerte en la adolescencia, pero sí es quizá la variable de una operación matemática imposible de resolver. Una profunda zanja en medio del pastizal de la vida plena.

       El vacío interno es similar a un agujero en la bolsa del pantalón; sin darte cuenta, cada uno de los centavos de la vida se escapan de ti, regados por tu triste andar, al compás de los deprimentes pasos, siempre arrastrando los pies.

       Es así como vives con una mueca tatuada en el rostro. Con la insatisfacción dibujada en la frente y con el deseo de abandonar la rutina. El problema es fácil de identificar. Creemos merecer más de lo que tenemos. Lo poco o mucho que a nuestro ser pertenece, se reduce a nada.

       Por ilógico que parezca, el vagón del metro en hora pico resulta más vacío de lo que aparenta. Cientos de almas apretujadas, cuerpos embarrándose unos contra otros, pero deseos y anhelos incumplidos. Insatisfacciones personales y depresiones simultáneas que en conjunto son similares al infierno.

       El vacío no se llena con una cajetilla de Marlboro light; no desaparece en base a tequila o ron; en mi caso, no se evita con letras ni versos. Son sólo escapatorias fugaces para evadir lo que más tememos. El fracaso, el amor, la soledad; miedos que nos consumen a diario, ahuecando el estómago y produciendo lágrimas dulces, líquido sentimental incapaz de colmar el vacío emocional.

  • Otoño.

    Otoño.

    El otoño llegó.

    Los árboles dejan caer sus hojas, que arrastran al compás del viento y crujen bajo los pies de los niños jugando. Sus madres los llaman y abrigan, pues no hace el mismo viento cálido del verano. La lluvia deja charcos, baches y zapatos mojados. Las tardes son un desfile de paraguas por las calles más transitadas.

    Yo observo desde la ventana a los niños patear el balón, correr tras él y regresar sin muchas ganas a casa cuando es hora de la cena. Y lo extraño.

    Me gustaba salir con mi hermana pequeña, ella tenía sólo tres años, pero amaba el crujir de las hojas y las calles mojadas. Yo tenía nueve, y la tomaba de la mano mientras ella reía y me decía palabras a medias que no entendía. Nos sentábamos en la banqueta frente a la casa, con una taza de chocolate – caliente el mío, tibio el de ella – con pequeños malvaviscos y veíamos las bicicletas pasar.

    La pequeña Clara me miraba y sonreía, mientras la ayudaba a abotonar su abrigo. Las noches empezaban a ser más frías, y por la madrugada, la sentía caminar desde su cama a la mía y acurrucarse junto a mí, espalda con espalda, mientras yo me recorría para que ella cupiese bien en la cama. Cuando la rama del árbol afuera de la casa golpeaba contra la ventana, ella corría hacia mí y me abrazaba. «Lala, fío. Lala, no guta abol.»

    Era una noche en octubre cuando todo pasó. Afuera llovía, y Clara había ido a abrazarme porque los truenos la asustaban. Nos habíamos dormido abrazadas y yo sentía muchas ganas de ir al baño. Intenté no moverla para poder ir sin que se despertara, y lo logré.

    Mientras estaba en el baño, escuché ruidos en el piso de abajo. Alguien estaba en la cocina, así que pensé que sería buena idea ir por un vaso con agua. Me detuve a media escalera, cuando los ruidos cesaron. No había ninguna luz encendida, así que me asusté. «¡Mamá? ¿Papá?» Llamé, pero nadie respondió.

    Decidí regresar a la cama, pensando que quizá sólo era la lluvia, y me estaba asustando por nada. A mitad de la escalera, sentí una mano aferrarse a mí. Intenté gritar, pero otra mano cubrió mi boca y mi nariz. Pataleé y golpeé, pero nada funcionaba. Empecé a sentirme mareada. De pronto, vi al final de la escalera a Clara, sosteniendo una pantufla en la mano. Gritó.

    Yo cerré los ojos y no supe qué más pasó.

    Desperté en mi cama, sola. Llovía afuera. Miré hacia el otro lado del cuarto, pero no había nada. En el buró junto a mi cama había una foto, alumbrada con una pequeña lámpara en forma de vela. Éramos nosotros. Mis papás, Clara y yo.

    Ellos dejaron la casa hace muchos años. Recuerdos dolorosos. Yo me quedé aquí, mirando por la ventana mientras los niños juegan en la lluvia.

    Una pequeña se queda parada en la banqueta y mira directamente hacia mí. Me saluda e invita a bajar. No puedo bajar, no quiero bajar. ¿Y si de nuevo está ahí ese ladrón que con tal de no ser descubierto, me mató?

  • La nada.

    La nada.

    «Si de veras quieres matarte, hazlo. Las dos sabemos que te irás al infierno de todas maneras.»

    Esas fueron las palabras de la madre de Elena antes de cerrar la puerta del cuarto de golpe. Elena sabía que eran por enojo, por desesperación y frustración. Pero no hacía que dolieran menos. Además, Elena sabía que eso no era cierto.

    Elena se miró los brazos, las piernas. Con la luz, esas cicatrices se veían blancas, como si alguien hubiera dibujado palabras incomprensibles en su piel. Palabras de auxilio.

    Después de un frasco de pastillas y aquella noche en el hospital, Elena sabía lo que todos los demás no: qué había después. Cuando abrió los ojos, por un momento se estremeció de emoción, pensando que al fin estaba aquella luz que todos le habían prometido. Pero no había sido así. Sólo era la lámpara sobre su cama de hospital. Recordó tanto como pudo del tiempo que no estuvo, pero lo único que recordaba era oscuridad. Silencio. Vacío. La nada.

    San Pedro no la había recibido a las puertas del cielo, ni Satanás la esperaba ansioso para que fuese castigada en el infierno. No había tal cosa como la luz al final del túnel, ni el paraíso, ni el purgatorio. Ni siquiera un Tártaro al cual ir para pasar la eternidad. No había absolutamente nada. Y eso la asustaba. Esa era la razón por la que cuidaba que esas heridas sangrantes no llegaran hasta el fondo. Esa era la razón por la cual, aunque no deseaba estar en este mundo, se aferraba a él con las últimas fuerzas que le quedaban. Para no estar sola, para no perderse en ese infinito de vacío.

    Las palabras de su madre resonaban en su mente. ¿Y si al final se acostumbraba a eso? Quizá la nada no era tan mala. No había dolor, no había enojo, ni sufrimiento ni sentimiento de estorbo o inutilidad, porque no habría nada. Pero tampoco habría hotcakes por la mañana, ni días lluviosos para saltar en los charcos, ni cachorros que te lamen la cara cuando estás triste. ¿Qué valía más la pena?

    Se acostó bajo la cama, que era su escondite usual, y puso una almohada sobre su cabeza. Quería dejar de ver, oír y sentir. Pero no quería hacerlo. La confusión en su mente, en su alma, era demasiado grande. Miró hacia arriba y vio debajo del colchón un viejo cuaderno. Había sido su diario hacía muchos años, tantos que ya ni recordaba que estaba ahí. Intentó recordar lo que en él había escrito. El primer amor, la primera vez que le rompieron el corazón. Todo parecía muy lejano. Los primeros tulipanes, la primer pelea; el primer beso, la primer mentira. Todo se agitó en su mente a la vez, causando que sus oídos zumbaran al mismo tiempo que todo se ponía oscuro. No era la oscuridad o el silencio lo que la aterraba. Era el frío, la soledad, el vacío.

    Abrió los ojos de golpe y salió de debajo de la cama. Todo valía la pena: el dolor, el hastío, el aburrimiento, la desesperación. Todo, con tal de no volver a la nada. No importaba lo que su madre dijera, no había tal cosa como cielo o infierno, sólo un gran vacío de cosas y emociones, y no quería regresar ahí, nunca.

    [divider ]Día Mundial para la Prevención del Suicidio[/divider]

    Hoy, 10 de septiembre, se celebra el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. Según la ONU, más de 3 mil personas comenten suicidio diariamente y al menos 20 lo intentan por cada una que lo logra. Se calcula que en México hay anualmente 14 mil intentos de suicidio, sin contar los que se consuman.

    La depresión es la causa más frecuente de los suicidios en todo el mundo y, según la OMS, la mayoría de los suicidas dan indicios de sus intenciones tiempo antes de cometer el suicidio, por lo que las amenazas e intentos deben ser tomados en serio, más que ser motivo de ira y/o burla.

    Si conoces a alguien que crees esté en riesgo de cometer suicidio, habla con las personas más cercanas a él o ella, para que obtenga la ayuda que pueda necesitar. Además, en ésta página puedes encontrar consejos si tú o alguien cercano a ti tiene pensamientos suicidas: http://www.suicidologia.org.mx/podemos.html

  • Amarte duele

    Amarte duele

    ¿Te acuerdas que todo empezó como un juego? debo aceptar que me terminaste gustando y lo peor es que aún sufro por ti.

    Todavía recuerdo aquel día en que me pediste un beso ¿cómo olvidar esas palabras, lo único que te dije fue:

    -Aquí no porque nos pueden ver.

    Pasaron las horas, la verdad me moría por probar uno de tus besos pero los dos sabíamos que no podíamos hacerlo. Después de varias semanas te volví a ver  y  te pregunté:

    -Tú me debes una explicación ¿Por qué me pediste un beso? En ese momento me tomaste de la mano y  nos dirigimos a la vuelta de mi casa, me miraste y poco a poco sentí como te fuiste acercando hacia mis labios, fue así como ocurrió “nuestro primer beso”.

    Te acuerdas  que cada domingo nos veíamos a escondidas, cómo olvidar el sabor de tus besos y cada vez que te veía tenía que disimular que no pasaba nada entre nosotros porque lo nuestro era prohibido lo sabíamos perfectamente pero no fuimos los suficiente conscientes por eso pasó lo que pasó por “jugar con fuego” nos quemamos, desafortunadamente se dieron cuenta de lo que hubo entre nosotros, desde aquel día las cosas cambiaron por completo, cada vez que te veo es difícil verte a los ojos, el no dirigirnos la palabra, es tan complicado todo esto. A pesar de que ya tienes novia mi corazón NO logra entender que ya no te pertenezco, cómo olvidar nuestro último beso no fue como lo esperaba.

    Han pasado más de 3 años y aún no logro olvidarte cada noche vienen a mi mente todos esos momentos que pasamos juntos. No te puedo llamar ex porque nunca fuimos nada, cuando me enteré que solo fui una más de tu colección y que no querías nada en serio en ese momento mi corazón se rompió en mil pedazos, me destruiste por completo.

    Gracias a ti confirmé la frase “Todos los hombres son iguales” no es que sean celos o esté ardida pero simplemente me hiciste no volver a creer en el amor. No te deseo el mal pero el karma se encargará de ponerte en tú lugar.

    Imagen tomada de: http://2.bp.blogspot.com/-99aS5nOl7FE/TtQ4hb-UdNI/AAAAAAAAADU/C8BHgV-gWvo/s640/corazones-rotos.jpg