El enfoque de los asesinos en serie en la primera temporada de Mindhunter de Netflix fue algo diferente a lo que se ha visto antes dentro del subgénero. Eso dice mucho, dado que David Fincher, uno de los creadores y productores de la serie, tiene en su filmografía trabajos como Seven, Zodiac y The Girl With the Dragon Tattoo. Mindhunter, que está inspirada en las investigaciones y escritos de John Douglas y Mark Olshaker, no se inclina por retratar la caza real de asesinos. En cambio, la serie adopta un enfoque casi clínico para comprender, responder mejor y quizás algún día predecir los comportamientos desviados aparentemente inescrutables de los asesinos seriales.
Los fanáticos del trucrime tuvimos que esperar casi dos años para la segunda temporada de la serie. Por suerte, durante la espera, el subgénero tuvo un renacimiento que nos dejó series y películas como La Desaparición de Madeleine McCann y hasta una biopic de Ted Bundy. Pero finalmente, tal como lo vaticinó Charlize Theron (Tully) otra de las productoras de la película, la más reciente temporada arribó hace un par de días, mucho más sombría y perturbadora. Y a continuación comparto mi opinión.
¿De qué trata Mindhunter?
Si estás aquí es porque probablemente hayas visto los primeros diez episodios que conformaron la primera temporada -disponible en Netflix– pero nunca está de más, refrescar la memoria.
Los agentes del FBI, Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany), trabajan en conjunto para estudiar el comportamiento psicológico de los asesinos compulsivos, es decir, aquellos que han cometido más de un homicidio. Al equipo se une la psicóloga y consultora académica, la Dra. Wendy Carr (Anna Torv), y más tarde el Detective Gregg Smith conformando la Unidad de Ciencias del Comportamiento; siendo los primeros en atribuir el concepto de asesino en serie.
La serie está basada en el libro Mindhunter: Inside the FBI’s Elite Serial Crime Unit escrito por John E. Douglas, quien fue la cabeza de la Unidad de Ciencias del Comportamiento en la vida real y en quien se basa el personaje de Ford. Es por eso que, aunque la serie tiene contenido ficticio, también hay muchos casos verídicos, como los crímenes y las entrevistas en las que se basa.
Aunque las cosas quedaron un poco ambiguas en el final de la primera temporada, tras una violación de confianza que astilló al grupo, afortunadamente, el primer episodio de la segunda temporada se centra casi por completo en resolver las consecuencias, funcionando como un puente de transición que nos lleva directo a los hechos que marcarán los ocho episodios siguientes.
Más sombría, más política
La primera optó por hacerse con un puñado de entrevistas y casos reales (de los que hablé previamente); en esta ocasión, aunque las entrevistas con rostros conocidos siguen siendo un gran anzuelo para el público, han preferido centrarse únicamente en un caso. Esto no significa que la temporada sea menos perturbadora. Al contrario, la historia principal gira entorno al Asesino de niños en Atlanta que mató más de de veinte infantes afroamericanos al final de la década de los setenta.
El caso domina los últimos episodios y enfoca los grandes temas uno contra el otro. La obsesión de los superiores del FBI por probar los métodos de la UCC (Unidad de Ciencias del Comportamiento) consigue resultados contrarios a la fascinación del público. Tanto la policía local como los habitantes de Atlanta (especialmente los familiares de las víctimas) se negaban a la posibilidad de que el asesino fuese un afroamericano, justo a dónde apuntaba la investigación, y no un miembro del Ku Klux Klan, justo a dónde intentaban llevar los hechos.
Los inconvenientes sociales y económicos de la época dificultaron la investigación por lo que es inminente que esta segunda profundice más en estos temas que, junto a las atrocidades de los asesinatos, incrementa la oscuridad que ya caracterizó la primera parte. Sin embargo, esto facilita un aporte de sensibilidad a la hora de abordar los hechos es una mirada nueva a la serie.
Una sensibilidad extra
Esa sensibilidad provista hacia los familiares de las víctimas de Atlanta es también trasladada hacia los personajes principales cuya vida personal tiene mayor relevancia, llegando incluso a alejar activamente a Ford, Tench o Carr del trabajo en cuestión para tratar asuntos cada vez más complicados lejos de la Oficina. Sorprendentemente, esto resulta en una temporada que a veces es más inquietante, ya que queda claro cuán difícil puede ser escapar de las realidades de lo que están investigando.
Sus vidas personales están implosionando, con la familia de Tench proporcionando una de las tramas secundarias más interesantes y desgarradoras de la temporada y Ford haciendo frente a sus propios problemas de pánico y ansiedad. La única crítica importante que se puede encontrar es que, los últimos episodios se centran prácticamente en Atlanta, dejando a un lado a Carr, lo cual es frustrante ya que desperdicia la oportunidad de retratar los conflictos de como una mujer busca encajar en un mundo dominado por hombres.
A nivel profesional, con la llegada del nuevo jefe Ted Gunn, el equipo finalmente obtiene todo por lo que había luchado en la primera temporada, la oficina finalmente los está tomando en serio, pero en la práctica, a todos se les ha dado exactamente lo que quieren en el momento equivocado. Es esta fuente inesperada de tensión lo que hace que esta temporada se sienta genuinamente fresca: no copia la misma formula ni intenta reinventarse. En cambio, encuentra una manera de enhebrar la aguja, lo suficiente para que los desafíos que enfrentan se sientan en consonancia con el sabor y la estética que hicieron que Mindhunter fuera genial en su inicio, y a su vez sea algo completamente nuevo.
Parte de la familiaridad y asociación con la primera temporada se ve reforzada por un puñado de caras que regresan. Cameron Britton está de vuelta haciendo su interpretación escalofriante de Ed Kemper y Sonny Valicenti regresa como Dennis Rader para continuar la misteriosa trama secundaria del asesino BTK.
Refuerza sus logros previos
La temporada, tal como su antecesora, recurre a las entrevistas que siguen siendo algunas de las escenas más escalofriantes de la televisión, ya que encuentran formas de retratar la violencia a través del diálogo en lugar de imágenes y acciones. Las nuevas inclusiones como el Hijo de Sam (Oliver Cooper) y Charles Manson (Damon Herriman) no decepcionan en sus cameos, pero la entrevista más desgarradora proviene de una víctima en lugar de un asesino. Mientras Bill intenta enfocarse en BTK antes de distraerse con lo que está sucediendo en Atlanta, entrevista a un sobreviviente de un ataque que creen que está relacionado con BTK. El joven Kevin (Andrew Yackel) habla sobre su experiencia traumática en detalles emocionales que es mucho más escalofriante que ver el ataque en la pantalla. Si Mindhunter puede hacer alarde de su mayor logro, claramente son monólogos.
La tradición de Mindhunter de un casting impecable, desde sus personajes ficticios hasta sus dobles históricos, se mantiene impoluta durante esta temporada, sin encontrar un eslabón débil. Esto le añade más naturalidad a la historia y por ende se torna más perturbadora.
Al final del día, la segunda temporada de Mindhunter es un acierto para este subgénero de thriller que logra hacer malabarismos con el drama ficticio con anécdotas históricas sombrías y reales, filmadas con una visión clara (y metódicamente precisa) que mantiene todo cohesivo y atractivo. Desde luego, lo más aterrador de Mindhunter 2 es darse cuenta de que ninguna cantidad de perfiles puede prevenir o predecir a aquellos que desean hacernos daño. Y con un final tan abierto morimos por saber que le depara a la UCC en la próxima temporada.