Ha transcurrido más de una década desde que Jonathan Dayton y Valerie Faris estrenaron Little Miss Sunshine (2006), su opera prima, una joya independiente sobre el afecto familiar que les permitió rozar el Oscar hasta que Martin Scorsese y sus Infiltrados se cruzó en el camino; seis años más tarde dirigieron Ruby Sparks (2012), una comedia romántica con tintes de fantasía escrita (y co-protagonizada) por Zoe Kasan. Ahora, cinco años después, Dayton y Faris han optado por contar una historia narrada basada en hechos, específicamente los antecedentes del clásico partido de tenis llevado a cabo en 1973, entre Billie Jean King y Bobby Riggs, denominado la Batalla de los Sexos.
Bobby Riggs un campeón internacional de tenis abandona su retiro profesional para retar a Billie Jean King, una joven veinteañera, también campeona mundial quien además de poseer el título de la mejor tenista del mundo también se hizo famosa por la lucha en favor de la igualdad salarial para mujeres y hombres puesto que en la década de los setenta las mujeres recibían beneficios muchos más bajo que los hombres a pesar de que vendían la misma cantidad de entradas por partido. Riggs buscaba demostrar la superioridad de los hombres a través de este partido que financiaban él y su grupo de amigos todos machistas y todos miembros de la Asociación de tenis, mientras que King necesitaba probar que no había nada diferente entre un hombre y una mujer como para recibir tratos desiguales. La idea principal está definida en la historia: el feminismo como vehículo hacía la igualdad de géneros contra la misoginia rancia que afectaba el mundo deporte. O el mundo en general. Pero dos temas tan trascendentales reciben un trato superficial porque el guión, firmado por Simon Beaufoy (Slumdog Millionare), abarca otras subtramas que poco aportan a la lucha feminista de Billie Jean o la retrógrada visión de Bobby Riggs. Entonces al abordar extensamente los problemas de ludopatia o el matrimonio en crisis por parte de él o el conflicto emocional y romántico de ella, simplemente el interés se pierde.
Cuando la película finalmente se propone ser un drama deportivo consigue conectar nuevamente con el espectador porque el tercer acto se convierte en el icónico partido y Pamela Martin (The Fighter) saca provecho en su montaje para crear tal suspenso como si estuviésemos viendo el partido en vivo. Lo que si funciona durante las dos horas que dura el largometraje es la fotografía de Linus Sandgreen (La La Land) que juega con una amplia paleta de colores, el diseño de producción de Judy Becker (Carol) y por supuesto las interpretaciones de Emma Stone en una personificación integra de Billie Jean y Steve Carell quien canaliza la extravagante personalidad de Riggs.
La Batalla de los Sexos no es más que una película correcta cargada con la buena intención de retratar una historia que, lamentablemente, hoy sigue más vigente que nunca y aunque captura la esencia de la batalla de las mujeres el resultado no consigue ser tan transgresor como debería.