“Soy producto de todo lo que he vivido, de todo lo que he leído”, Lucía Rivadeneyra.

Lucía Felicidad Rivadeneyra, la mujer que lleva la alegría en el nombre y deja un poco de sí misma en cada lugar al que llega y en cada persona que toca. La michoacana a quien le será dedicado el Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes 2013 celebrado el próximo 5, 6 y 7 de diciembre. Poeta, periodista, profesora y excelente persona, de una gran calidad humana.

          Nacida en Michoacán el 26 de agosto de 1957, es un ser que irradia frescura y energía, portadora de una femineidad tan fuerte que sólo la poesía y el signo zodiacal virgo, único representado por una mujer, podrían darle.

          Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Nacional Autónoma de México y profesora en la misma escuela y carrera durante más de dos décadas. Estudió también una maestría en Literatura Mexicana en la Facultad de Filosofía y Letras y escogió el periodismo porque éste no sólo le permitía leer sin descanso, sino también escribir de la misma manera. Confiesa que desde pequeña, influenciada por su madre y por su padre, que siempre fueron muy cultos y estudiosos, se mantuvo cerca de los libros; incluso ríe al platicar que sus cuadernos de español siempre resultaban ser los más bonitos.

          Es en sus tradicionales trajes que suele vestir, en la calidez de su trato y en sus amplios conocimientos culturales, de la vida y del mundo, donde nos damos cuenta de que esta periodista sabe de dónde viene y hacia dónde va.

          Ella espera enfundada en un traje rojo que resalta su blanca piel y con un collar dorado que adorna su cuello; sentada detrás del escritorio acomodado dentro de su cubículo en la FCPyS, su casa. Ahí dentro se encuentra ella, rodeada de varios montones de papeles que son testigos de su ajetreada vida, cerca de sus libros, de sus posters, de los dibujos de su hijo que sin importar cuánto haya crecido, seguirán pegados a su pared.

          En su día no hay tiempo para el reposo, ni siquiera si el médico se lo indica por culpa de una lesión, no es fácil robarle un poco de su tiempo porque Lucía Rivadeneyra no se detiene, siempre implacable o de lo contrario no habría ganado tres premios ni hecho tantas publicaciones, mucho menos marcado la vida de sus alumnos, quienes semestre a semestre con desesperación su grupo buscan.

          Detrás de sus lentes rectangulares, ganados a la par de los años que se ha sumergido en las letras, se asoman un par de ojos cafés que observan con la misma curiosidad y atención que un niño a la espera de algún truco de magia.

          A pesar de haber vivido pocos años en su estado natal, Rivadeneyra no ha perdido el contacto con sus raíces; no deja de visitar a sus familiares que aún viven allá y con cariño guarda los recuerdos de su infancia en tierras michoacanas, junto a las nuevas experiencias que vive en cada visita.

          Con una sonrisa cuenta la ocasión en la que mientras su familia se encontraba reunida, su abuelo materno quiso leer un poema que su abuela consideró demasiado impropio para sus oídos de niña pequeña; sin embargo, eso no impidió que la pequeña Lucía escuchara a su abuelo recitar “La casada infiel” de Federico García Llorca.

          Y hablando de poemas, “unos se persignan antes de salir, otros se encomiendan a alguien pero yo leo un poema antes de salir” dice mientras ríe. Le deja al azar la decisión del poema que leerá cada mañana y no recuerda de dónde vino esta costumbre, sólo sabe que eso es lo que necesita cada uno de sus días para comenzar porque como ella suele asegurar, “la poesía no traiciona”.

          Cuando llega la hora de hablar sobre la historia detrás de Rescoldos, poemario acreedor del Premio Nacional Poesía Joven Elías Nandino, la mirada se torna mucho más iluminada y emocionada al tiempo que relata cómo encontró por casualidad una convocatoria de poesía joven y se dio cuenta de que los poemas que hasta entonces había creado estaban listos para unirse en un solo poemario.

          Fue así como en los límites de la convocatoria envió su trabajo vía DHL y cuando incluso ella misma ya había olvidado el concurso, repentinamente recibió una llamada para felicitarla y entrevistarla por su obra ganadora del concurso cuyo premio le fue entregado de las propias manos de Elías Nandino en 1987, así como el Enriqueta Ochoa en 1998 y el Efraín Huerta que vino de las manos de su viuda en el 2003.

          Cambiando de tema, platica sobre su experiencia en la docencia, a la que se acercó por primera vez al ser adjunta de dos queridos profesores suyos a manera de servicio social. Poco a poco se daba cuenta de lo valioso que era compartir con los alumnos sus experiencias y conocimientos, además su dominio del grupo aumentaba a medida que seguía practicando cuando, por ejemplo, algún profesor se ausentaba a causa de los largos viajes y otros compromisos.

          Para esta periodista que ha colaborado en diversos medios nacionales como Acento, Alforja, Día Siete, Diturna, El Cocodrilo Poeta, El Día, El Financiero, El Nacional, El Sol de Morelia, El Universal, Fem, Frag-men-ta-rio, Generación, Hojas de Utopía, La Jornada, Milenio, Nivel, Signore, Tierra Adentro, y Unomásuno; y que ha participado también en la producción de radio, pareciera que no hay rincón inalcanzable para ella, cosa que confirma cuando al preguntársele si hay algún lugar en el que haya querido trabajar y hasta ahora no haya podido, por más que su mirada gira de un lado para otro, no logra encontrar algo que se le haya escapado.

          Casi al final del encuentro, se asoma una pregunta sobre los autores o libros que sean más significativos para ella o que de alguna manera le hayan dejado una huella y de nuevo entra en un aprieto su mirada que busca la respuesta en el aire. Esta vez la respuesta dicta que no puede escoger sólo unos cuantos puesto que ella “es producto de todo lo que ha vivido y de todo lo que ha leído”; por lo tanto, todos la han marcado de alguna forma. Aunque confiesa que de cierta forma Pablo Neruda y Federico Vargas Llosa son algunos de sus consentidos y en repetidas ocasiones ha comentado que a este último le tiene una gran admiración por el entendimiento tan cercano que tiene con la mente y el sentir de una mujer.

          De igual manera causa curiosidad saber cuál es su faceta con la que más satisfecha se siente, a lo que ella responde que en realidad tampoco podría decirlo así porque a lo largo de toda su vida ha buscado, y ojalá conseguido, llevar cierto equilibrio entre todos sus roles, no sólo como periodista, poeta y maestra, sino también como madre, pareja o amiga y es que la amistad no es un tema que pase de largo porque en Lucía Rivadeneyra hay una amiga que sobrevive sin importar el paso del tiempo; o al menos así lo hace ver cuando, con una chispa extra de alegría, cuenta que no ha perdido el contacto estrecho e íntimo con su mejor amiga del kínder; al igual que guarda entrañables lazos con quienes conoció en la primaria, secundaria, preparatoria, Facultad y docencia.

            Cuando llega el desenlace de la entrevista y la oportunidad de pedir una fotografía, Felicidad Rivadeneyra, sin titubear, acepta y quiere que sea tomada frente al escritorio pero que salga “su Revueltas”, otro ídolo que ha hecho suyo porque José Revueltas tiene el mismo espíritu libre y rebelde que la profesora.

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