Mandy es una película escrita y dirigida por el ítalo-canadiense Panos Cosmatos, que desde su estreno ha estado dando mucho de qué hablar, naturalmente, por todo lo que representa. La trama se desarrolla en un ambiente boscoso, apartado, lóbrego y psicodélico, protagonizada por Andrea Riseborough y un Nicolas Cage desbordado en ira.
Se trata de un filme poco convencional, es sangriento, surreal, explícito, alegórico, bizarro, satírico, onírico… y puede ser muchas cosas más, pero definitivamente, no es un sinsentido. El terreno en el que se desenvuelve es conocido, juega con lo típico y usual al agregar cierto humor negro que refuerza los excesos y se reconoce a sí misma como una locura, pero, por paradójico que suene, una locura con sentido. La ilación de la trama realmente tiene un justificado porqué.
A pesar de lo extraña que puede llegar a ser, realmente Mandy no está tan alejada -como pudiera parecer a simple vista- de otras películas que abordan el mismo tema vengativo, pero por supuesto, con un distintivo toque bastante singular. Mandy resulta la perfecta representación y ejemplo de una hipérbole total. Una historia de amor, venganza y religión, llevada a la máxima exageración. Lo bueno es que Cosmatos lo sabe, y así lo quiso, notable por todos los elementos que la puesta en escena maneja en su haber. El color, la música, los signos, la distorsión de la imagen y las voces, los extraños personajes y sus acertadas actuaciones.
Elementos intrínsecos
(Desde aquí empiezan los SPOILERS, si no la han visto, háganlo y regresen a leer luego. Quedaron advertidos).
Inicia con una primera parte bastante pausada, prepara el enfoque en una susceptible Mandy, marcada por experiencias traumáticas, quizá con cierto aspecto lúgubre, pero artística y sensible, hasta que es incinerada por la petulancia de un culto de hippies. Una corte de maniáticos religiosos que pudieran aludir una crítica a La Inquisición, además del capricho y la vanagloria de contadas figuras de alto mando en instituciones cristianas, enfermos de presunción y deseo carnal.
La psicología del color es de suma relevancia en cada escena de esta película y durante las próximas escenas hay varios signos notables que confirman las calculadas intenciones de Panos en todo el ámbito audiovisual.
Un importante plano donde el misticismo del morado y la fuerza del rojo dejan de ser protagonistas por unos momentos para resaltar el naranja y amarillo de las baldosas e incluso el felpudo del suelo. La connotación de un estado mental deslucido, agresivo e inestable, reforzado con introspectivos movimientos de cámara, donde además, se muestra el motivo de la perturbación: un delicado vestido de dormir de color negro. La prenda que evoca la muerte de Mandy.
Con la segunda parte, luego de un par de capítulos, Cage se convierte en un herido justiciero encarnizado, decidido a cobrar venganza. Desde este momento inicia una serie de encuentros con demoníacos e infernales personajes que igualmente tienen una representación significativa. Hasta su exhaustivo final.
Cosmatos entrega una propuesta un tanto diferente, singular y excesiva. Una mezcla entre acción, gore y horror que no todo el mundo está dispuesto a pasar.