Milagros de Navidad

Lo había preparado todo, la cena y el postre que tanto te gustan. Incluso me puse el perfume y el vestido que te volvían loco, me lo habías dicho muchas veces. Me arregle poco, sé que te encanta verme natural. Tome el obsequio que te había comprado y lo coloque debajo del árbol, ese que días atrás habíamos arreglado juntos.

Sonreí en silencio y espere a los invitados, quizá llegarías algo tarde, sé lo mucho que se retrasan los vuelos en estas fechas. Se me escapo un suspiro porque añoraba tus brazos rodeándome, solté una leve risa porque imaginaba tu cara al verme y lo bien que la pasaríamos antes de dormir cuando todos los invitados se fueran.

Llego la gente, se hacía tarde y tu no cruzabas la puerta, serví la cena y brindamos mientras una lagrima escapaba de mi mejilla. Me dirigí un rato a la puerta y mire por la ventana esperando verte, todos me miraban esperando que olvidara tu ausencia y corriera a su lado, mire la mesa y sólo encontré tu lugar vacio. Disfrute, no diré que no, me encantaba pasar tiempo con ellos entre risas y juegos, pero una parte de mi mente regresaba a ti y a esa frase “Estaré en casa para Navidad, no te preocupes”.

Recordé la cena de Navidad donde nos habían presentado, algo nos paso y terminamos bailando juntos aquella vieja melodía para finalmente, no sé bien si producto de la chispa que había surgido o gracias al vino, nos fundimos en un beso. Recordaba perfecto como se detuvo el tiempo y lo feliz que me sentí, me susurraste algo al oído y supe que no deseaba pasar esa fecha con nadie que no fueras tú.

Los invitados comenzaron a despedirse, era tarde y les esperaba un largo viaje a casa. Estuve a punto de apagar todas las luces, había finalmente perdido toda esperanza. Sentada junto al árbol imagine todas esas escenas que ya no iban a ocurrir entre tú y yo. Me perdí con la mirada fija en las luces de colores cambiantes y esa música navideña que emanaba de las series.

Mire el reloj que marcaba las 05:15 hrs, demasiado tarde. Feliz navidad donde quiera que estés, pensé. De pronto, escuche la puerta abriéndose y me gire lentamente. Ahí estabas, de pie en el marco de la puerta con tu sonrisa y los brazos extendidos. Corrí hasta ti, nos besamos y susurraste “Te estaba buscando para saber que los milagros de Navidad existen”. Me lo decías cada año desde aquella noche y la frase aun me hacía temblar, pero contigo aquí sabía que tenías razón, los milagros de Navidad existen.

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