Todos tienen una película favorita, una frase inolvidable, su libro de cabecera. Yo tengo mi jodida historia de amor.
Así se titula un libro escrito por Carlos Salem donde se dedica a narrar historias de amor en cualquier espacio y tiempo posible; esa obra nace gracias a un reto provocado por un amigo suyo y la misma anécdota es retomada posteriormente por un blogguero de renombre y sin nombre.
Y así, visitando el Manual de un Buen Vividor, leo y re-leo lo correspondiente al 21 de febrero de hace dos años. Porque en mis días malos, en mis días raros y sobretodo en mis días nostálgicos regreso a esas letras mágicas donde me siento igual de triste, rara y nostálgica pero, al menos, comprendida.
Y es que la hora del café se ve interrumpida para el Guardián entre el Centeno, autor del blog, cuando sus ojos encuentran, sin querer, a un viejo amor y lo observan desde la distancia, entre la calle y los recuerdos. “Y empieza el interrogatorio”.
Será que todos tenemos un reencuentro con nuestro pasado cuando estamos cerca de esos ojos con los que vivimos mil historias, a todos se nos detiene el mundo cuando una persona y solo una se cruza de nuevo en nuestro camino, incluso sin saberlo, y nos atacan las dudas. Porque conocemos toda su anatomía, sus gestos y sus manías.
Porque nunca nos pusimos de acuerdo en el futbol, tampoco en el cantante y mucho menos en la serie favorita. Porque nunca quisimos el mismo teléfono ni el mismo videojuego y porque siempre peleamos por ver quién ama más.
Y de pronto nos encontramos a nosotros mismos sentados en una cafetería o parados en el metro, quizá frente a una computadora o en la esquina de su casa, preguntándonos como Los Caligaris “si ya le regalaste a otro mi lunar” o estando como Sabina, “con el corazón en los huesos y yo de rodillas”.
En cualquier caso las dudas son las mismas porque con el paso de los años podíamos leer en los ojos de la otra persona sus secretos y sus miedos, pero hoy que no podemos leerlos intentamos adivinarlos y, con la mejor de las suertes, los imaginamos haciendo lo que ya sabemos que hacían a esas horas, con su camisa favorita y nuestra loción preferida; camino al restaurante de siempre o sentados en el sillón que ya hasta tiene la forma de su cuerpo.
Y por la noche miramos la luna como adivinando que al día siguiente se le puede hacer tarde, fiel a su costumbre, o nos acostamos con el celular en la mano imaginando que se quedaron dormidos como cuando platicábamos hasta escribir con los ojos cerrados. Y nos preguntamos si aún hace todo eso y sólo nos ha sacado de sus planes, o quisiéramos saber si hay alguien más con quien vaya a ver películas y que luego se ría de sus chistes, no por lo graciosos, sino por la ternura de su cara.
Así que en una de las tantas veces que leí “Yo también puedo escribir una jodida historia de amor”, me di cuenta de que hablaban de mí y decidí platicarlo aquí para que todo aquél que lo lea piense que hablo de él.
Porque todos tenemos las mismas dudas y, cada día “me pregunto si sabes que eres mi jodida historia de amor. O mi historia de amor jodida.”
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