Todos llegamos a un punto de la vida en la que te aburren los amores a medias, esa edad en la que cambiar de pareja como de calzones entiendes que no vale la pena, porque un amor fugaz no te llena como la seguridad de que mañana te seguirán amando como lo hacen hoy. Y es que pensando bien las cosas uno llega a cierta edad en la que la certeza de contar con alguien que sepa todo de tí y aún así siga a tu lado es lo mejor que pueda pasarte.
A veces es necesario tener a esa persona que te ha visto despeinado, recién levantado y sin lavar los dientes y aún así siga pensando que eres la persona más perfecta del mundo. Esa persona que te mire cada día como si fuera la primera vez y que no necesite explicaciones para tus miradas o gestos.
Llega esa edad en la que te das cuenta que los amores deben hacerte sentir cosas en el alma y no solo en la piel, porque un orgasmo puedes crearlo sin compañía pero se disfruta más con la persona correcta. Entiendes que si quieres algo fugaz siempre tendrás las estrellas pero el amor debe ser intenso y duradero.
Sin pensarlo mucho llegas a la conclusión de que no necesitas convencer a nadie de que se quede, de que te dedique tiempo o deje las cosas claras. Te das cuenta que mendigar amor es hacerte tonto solo, porque todos sabemos que valemos demasiado para conformarnos con tan poco y saber que un dedal de agua no nos puede calmar la sed.
Cruzas esa línea en la que te das cuenta que la persona correcta es la que canta contigo en los viajes largos en carro, sabe como te gusta el café y sabe rozar perfectamente todas tus zonas erógenas sin que tengas que guiar sus manos. Y entiendes que ahí perteneces, pues esa sensación de seguridad y calma, ese placer y esa paz se encuentran solo una vez en la vida y en una sola persona.