Crítica: The Lost Daughter, instinto maternal y moral por Maggie Gyllenhaal

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Durante décadas la maternidad ha sido representada en el cine, mayormente dentro de la normativa que resulta en tres tipos de madre: la madre sufrida (Angelina Jolie en El Intercambio), la madre coraje (Emily Blunt en A Quiet Place), la madre bonachona (Sandra Bullock en The Blind Side). Son escasas las veces que Hollywood se ha atrevido a romper el molde que ha confeccionado para este tipo de personajes, y normalmente lo ha hecho para convertir a la madre en la villana de la historia (Emma Thompson en Cruella). Sin embargo, hay un lado de la maternidad que nunca había sido representado hasta ahora: el de la ausencia del instinto maternal. Ha tenido que ser una mujer la que se ha atrevido a contar esta historia y esa es precisamente Maggie Gyllenhaal con The Lost Daughter (La Hija Oscura).

Ya hace mas de un lustro cuando se estrenó Tully, una película que retrata el lado feo de la maternidad, el que está lleno de cansancio, gritos y desvelos. En su momento resultó controvertido. Pues ahora, con The Lost Daughter tenemos una historia aún mas truculenta, de una madre que es incapaz de desarrollar algún afecto por sus hijas, dando paso un debate moral sobre las acciones que toma a lo largo de la película.

¿De qué trata The Lost Daughter?

Basada en la novela homónima de Elena Ferrante, Leda (Olivia Colman), una profesora universitaria se enfrenta a su inquietante pasado después de conocer a una mujer, Nina (Dakota Johnson) y a su pequeña hija, Elena, mientras se encuentra de vacaciones en las costas griegas.

Una madre sin instinto maternal

Durante décadas (el mismo tiempo que llevan escribiendo personajes de madres dentro de los mismos tres patrones), el cine ha plasmado diferentes tipos de padres: buenos, malos, valientes, ausentes…). Historias que, desde luego, en su mayoría han sido escritas por hombres. Así que tiene todo el sentido del mundo el que sea una mujer la que ha dado el giro de rosca para decirnos, en dos platos, que las mujeres también pueden ser malas madres. Y no, Maggie Gyllenhaal no justifica las decisiones de Leda, al contrario, cada vez que el personaje atraviesa una situación incomoda, permite que el espectador sienta cierta satisfacción de pensar que de alguna u otra forma, todo lo malo que le suceda es consecuencia de sus cuestionables decisiones como madre.

Pero si es cierto que a través de este thriller dramático de dos horas, Gyllenhaal cuenta perfecta la historia de una mujer incapaz de desarrollar algún tipo de vínculo emocional con sus hijas. O no uno que dure toda la vida, como debería ser el de una madre con sus hijas. De esta forma invita a los espectadores a debatir acerca de si está bien o mal lo que hace Leda a lo largo de la cinta. O Nina, quien también empieza a tener diferentes conflictos referente a su rol como madre.

Lo más interesante aquí es que, probablemente por primera vez, el cine abre una ventana para contar un historia que refleje el hecho de que no todas las mujeres han nacido para ser madres y no hay ningún inconveniente con ello. El problema está en forzar el instinto maternal aún a sabiendas de que hay completamente ausencia de este. Y nos hace pensar también si el gran pecado de Leda fue haber sido madre en primer lugar.

El poder de las imágenes

Durante la pasada temporada de premios, Maggie Gyllenhaal recibió un reconocimiento unánime por parte de la prensa especializada y círculos de guionistas. Ganó el León de Plata en el Festival de Venecia y encadenó una lista de al menos una docena mas de premios (incluida la de Mejor Guión Adaptado en los Oscar). El principal triunfo de Gyllenhaal como contadora de historias es que sabe darle poder a las imágenes, tanto o más que a las palabras.

Durante todo el metraje de The Lost Daughter, da la sensación de que los diálogos son el complemento y la historia que realmente nos importa, está contada a través de los gestos y expresiones de los personajes que quedan enmarcadas en primeros planos que en mas de una ocasión se sienten íntimas, convirtiendo al espectador en una mosca en la pared. Las largas pausas también tienen un protagonismo dentro del desarrollo de la narrativa, convirtiéndose por momentos en algo incómodo de presenciar, secundado a veces por la música de Dickon Hinchliffe.

Un reparto inmejorable

Con esta, su ópera prima, Gyllenhaal ha demostrado también que tiene muy buen ojo para escoger el talento interpretativo en su película. Cada uno de los actores que interviene en la cinta transmite la sensación de que nadie hubiese podido transmitir de una forma mejor la personalidad de cada personaje.

Hay que destacar el trabajo de Paul Mescal quien después de la maravillosa Normal People ha demostrado su valía como un secundario con un papel más discreto. Dakota Johnson sigue demostrando su poder interpretativo y como ha sabido elegir con mucha sabiduría sus trabajos posteriores a Cincuenta sombras de Grey. Pero son Olivia Colman y Jesse Buckley las dueñas de la película; ambas interpretan una versión adulta y joven del mismo personaje, respectivamente, lo hacen tan bien que pese a la nula semejanza física consiguen hacernos creer que, en efecto, estamos viendo a la misma persona.

The Lost Daughter puede ser un visionado no muy gratos para muchos, pero como dicen, la verdad duele, y aunque resulte incómodo, esta es una historia valedera, tan verídica como esas historias de madres corajes que han atestado al cine los últimos cien años.

The Lost Daughter está disponible en Netflix.

NeoStaff
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