Esos que junté con mis manos a lo tonto sin medir las consecuencias
Los que me mostraron cuan frágiles son las cosas
Como en un abrir y cerrar de ojos todo cambia
Y por más que quise detenerlo, por más rápido que actué,
Al verlo ahí, esparcido por el suelo, supe que no tenía remedio.
Fue cuando se formó en mí una maraña de sentimientos
Quise gritar y golpear todo a mi paso, sentí como la furia me invadía
Aunque no tanto como la tristeza, la impotencia.
Esa combinación que logró nublar mi vista,
Todo a mi alrededor se volvió sombras, borrones, ya ni yo misma me reconocía.
Tardé unos minutos en darme cuenta de lo que era ya muy obvio,
No fue el objeto que destruía lo que me pesaba,
Ni siquiera era la sangre que corría entre mis dedos
Resultado de mi fallido intento por arreglar aquel desastre.
Lo que en verdad me perturbó fue mi reflejo en aquel espejo hecho trizas.
Porque pude notar el gran parecido,
Era exactamente igual a como me sentía… rota de cierta forma
Recordé como era antes, lo que me hacía feliz, lo simple que era sonreír
Eso que en algún punto sin darme cuenta perdí
Que en cierto momento me tumbó con tal fuerza que ya no me pude levantar.
Desde ese instante dejé de ser yo, abandoné mis pasiones, mis anhelos.
Me abandoné a mí.
Supe de sobremanera que el alma existe y qué tanto puede llegar a doler
Que al igual que el cuerpo, esta se puede enfermar, pero había una gran diferencia.
Ni el mejor doctor ni la mejor medicina podrían curar mi alma.
Solo yo podía.
Fue entonces cuando lo supe.
A diferencia de aquellos vidrios rotos que podían ser reemplazados
O de las heridas en mis dedos que no tardarían en sanar
No podía ir a comprar un nuevo espíritu,
Menos un pegamento para intentar unir los pedazos.
En ese momento de mi vida… yo debía ser el pegamento.
Samantha Rocha