¿A poco no hay días, que cuando abrimos los ojos sentimos un peso profundo en el pecho, un mareo que no nos deja levantar y una sensación de vacío en el alma? Sí, y es que hay días que parecen obscuros, sin ninguna razón y se llena el mundo de melancolía y queremos salir corriendo, tirar la toalla sin voltear a esa cama, a ese mundo. Donde tenemos espinas clavadas en los ojos, en las manos, en el cuerpo y entonces el alma llora desconsolada, por eso mismo.
De pronto se siente una inmensa huella, un pie que nos ahorca o una pena que nos lastima y entonces queremos tirar la toalla. Un hueco se forma entre el estómago y el esternón, éste último protege el corazón. Es gracioso que esa sea su función, digo lo protege de golpes físicos pero de golpes de desilusión, ¿Quién lo protege? ¿Cómo lo protegemos? No es fácil, ésta es una de las circunstancias por las que podemos despertar con ganas de dejar todo fuera, a un lado y dormir hasta volvernos cenizas, de no dar un pie adelante, de ser, más que pesimistas.
Hoy fue uno de esos días para mí, todo se conjuntó. Un día lluvioso, aunque me gusta la lluvia, hoy la vi particularmente triste, hasta tuve un pensamiento negativo hacia el agua que las nubes nos regalaron hoy. Deseaba que al abrir los ojos todo lo que ocurría a mí alrededor fuera un mal sueño, una pesadilla y quería sentir que mi corazón estaba flotando dentro de la magia, que forma, hace ese sentimiento hermoso llamado amor. Pero no, hoy no era así, tenía que despertar y darme cuenta que no estaba ahí el amor, la realidad puede ser diferente a los sueños.
Cuando desperté sentí un muro que me aplastaba el pecho y no me dejaba respirar. Quise tirar la toalla, me sentía rendida por el cansancio y el hastío. Por fin me levanté, tomé un gran respiro para darme ánimo y pasar un día luchando contra la sensación pesada, para que no ganara en mi cuerpo y mente. Llovió durante una gran parte del día, se hicieron charcos enormes de camino a mi casa.
Luego, me sucedió algo extraordinario, caminé un largo tramo junto a una pequeña, llamada Rebeca, de escasos dos años. Ella no sabe de estas cosas todavía, solamente sabe la diferencia entre sentirse feliz y triste, enojado y contento. Ella siempre se siente muy feliz. Tomó mi mano, parecía que adivinaba mi pesar, cuando sentí su pequeña mano tibia rodear mis dedos, algo profundo se movió en mi corazón y empezó a temblar de emoción. Rebeca cantó, bailó, me contó un cuento que le habían enseñado en la guardería, caperucita y el lobo, me lo contó durante más de quince minutos, lo repitió una y otra y otra vez. La escuché todo el tiempo con atención. Observé cada brinco, movimiento, respiro que dio mientras caminábamos por ese sendero para casa.
Me señaló el cielo cuando escuchó que volaba un gran avión, levantó su brazo y con el dedo índice hizo una reverencia hacia la aeronave. Se movió de su sitio hasta que el avión era un punto lejano y el sonido del poderoso motor no se escuchaba más. Continuamos nuestro camino, de pronto soltó mi mano y echó a correr a toda velocidad, para ella. Con mucho entusiasmo encontró los rastros de un día lluvioso.
Se detuvo en un charco, mientras señalaba con júbilo otro que estaba cerca, luego observó otro y otro y otro. Su exaltación iba aumentando con cada hoyo lleno de agua encontrado. Primero le dije con voz enérgica que no se metiera en el agua, que terminaría muy mojada. Sin hacer caso de mis palabras brincaba de alegría sobre el charco. Brinca, brinca, brinca empezó a cantar mientras los pies se remojaban en las aguas estancadas. Fue de charco en charco, cuando estuve junto a ella, en el último charco. Me tomó nuevamente de la mano, la calidez seguía siendo la misma que minutos atrás. Me detuve y me quedé observando cómo disfrutaba esos momentos. Volteó su cara, me miró, sus grandes ojos radiantes de luz y felicidad junto a una sonrisa hermosa y encantadora, hicieron temblar hasta la última fibra de mi alma, llenaron mi corazón de una ternura infinita y deslizaron unas gotas por mis mejillas. “¡ Uuuu me encantan y adoro los charcos de agua de la lluvia!” me dijo con su voz dulce y suave. La abracé muy fuerte y en ese instante recogí la toalla del piso, hay una fuerza suficientemente grande para mover las alas y volar hacia un día lindo y lleno de un increíble amor.
Observar pequeños instantes y disfrutar de las pequeñas cosas, eso nos puede ayudar a no dejar caer la toalla por ese día. Eso me enseña Rebeca todos los días, cada momento que me sorprende para observar cosas que olvidamos disfrutar. Sinceramente cada día espero la lluvia, para salir corriendo con Rebeca de la mano a brincar en los charcos de agua de la lluvia.
Ale Olson
Jamás se debe tirar la toalla porque Rebe nos enseña el gran camino que debemos seguir
junto a ella cada día de su vida que empieza. al contrario nos enseña que la vida es maravillosa y por ella darnos fuerzas y aliento para seguir adelante disfrutar todas las sonrisas el buen humor en el que su despertar nos da una sonrisa y la felicidad que desborda en ella disfrutala hasta el último momento de alegría y sonrisas que nos da cada días y sigue como hasta este momento eres una maravillosa madre, hija amiga y todo para nosotros te amo tanto y extraño
Tu Mamá
esa es un gra razón para no tirar la toalla y seguir de la mano con rebe que ella será la personita que te ayude a sostener esa toalla y no tirarla vez que fácil es sostenerla con ella a tu lado animo
Todos los días hay razones para no tirar la toalla, lo importante es mirar al interior y descubrir el amor que tenemos para poder compartirlo y también aprender a recibirlo. Gracias por compartir. Me encantó.
Gracias querida Ady, por leerlo. Qué bueno que te gustó. Un abrazo muy fuerte.
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