Últimamente me he desligado de lo que pasa en redes. Me he fastidiado quizás, de una cantidad creciente de asuntos huecos, superfluos y pasajeros a los que no me interesa dedicarles ni un minuto del poco tiempo libre que tengo a últimas fechas.
No pude, sin embargo dejar de notar que Tamara de Anda (Ciudad de México 1983) se volvió tendencia. Y es que el nombre me «sonaba» mucho, y no por las redes sociales o el blogging. Ella ha colaborado con varias revistas de las que fui lector asiduo durante algún tiempo.
¿Qué pasó con Tamara de Anda?
La bloguera Tamara de Anda saltó a los principales periódicos y noticieros del país por denunciar el acoso del que fue objeto por parte de de un taxista que le gritó «guapa».
Traté de comprender y leí y releí notas al respecto. Quería dimensionar y entender hasta que punto hemos llegado, en lo legal y en lo que es lo políticamente correcto. Estuve a punto de desechar el tema cuando algo me hizo ruido.
Como en todo fenómeno de las redes hubo un apoyo espontaneo a la acción legal que tomó Tamara, pero también salieron a reducir los contras, los críticos y los troles que tienen mucho tiempo libre para agredir a la comunicadora y minimizar el hecho. Incluso se presentaron amenazas contra la integridad de esta periodista.
Si el asunto es tan intrascendente ¿por qué la saña, por qué la agresión? Si el motivo es tan poca cosa ¿Por qué procedió la acción de la justicia? Hay algo más de fondo que no nos estamos permitiendo ver.
El argumento en contra del proceder de Tamara, si es que lo había, era principalmente machista, incluso misogino, el «no es para tanto» o «hay cosas más urgentes» o «más importantes» (y esto último lo llegué a pensar de ser franco).
Otro de los argumentos era que ella es clasista, porque aceptó y se sintió alagada cuando un empresario le dijo «hola guapa» pero denunció al taxista que le gritó lo mismo en la calle. Y exhibieron los twits de Plaqueta hasta viralizarlos (¡vaya que hay que tener mucho tiempo libre!), aduciendo una doble moral y un asunto de clase.
Acoso es acoso. Sin consentimiento es acoso.
En eso radica la diferencia y la validez legal de lo que hizo Tamara. Cualquier acción que generé incomodidad, que hostiga, molesta, persigue, es acoso. En la Ciudad de México se considera una falta administrativa este tipo de acciones y generan una sanción (Ley de cultura cívica. Artículo 23, fracción I). En otras palabras, ella actúo en pleno derecho y la autoridad le dio la razón, incluso el taxista reconoció haberle gritado en la calle.
En un país donde la violencia contra las mujeres es moneda de cambio, donde los feminicidios van en aumento, la violencia domestica, laboral, económica contras las mujeres, la violencia sexual que criminaliza a la victima antes que protegerla, que a una chica le griten «guapa» en la calle parece poca cosa ¿cierto?
Pero ¿qué acaso la violencia en general no es una escalada? ¿Que no gran parte de la corrupción y el delito que hoy nos horroriza no fue en su momento tolerado o consentido, incluso propiciado por la normalización de estas conductas?
Entonces ¿Por qué no en lugar de minimizar el acoso porque «sólo fue un piropo» lo visibilizamos, lo repudiamos y lo presentamos como lo qué es? Acoso, simple y llanamente.
Si somos permisivos con los menos ¿no le abrimos la puerta a lo más?
En todo esto hay algo positivo: que el tema se ponga sobre la mesa y se discuta.