Su blanca sonrisa me deslumbró. Fue un destello de hermosura capaz de erradicar mi somnolencia habitual. El brillo en su mirar sacudió mis entrañas por un par de segundos. La delicadeza de su voz me regresó a la realidad. Más que obvio; sus palabras eran las notas perfectas para dar forma a la sinfonía ideal. Ideal para mí.
La pesadez se fue de mis hombros. Mi tímida sonrisa hizo una aparición sorpresiva. Nuestro diálogo fue corto. Ella se dio la vuelta y cientos de florecillas ficticias flotaron por el aire. Los hoyuelos en su rostro, las pecas y la tersa piel que me arrancó un suspiro desaparecieron de mi vista. Pequeño error. Olvidé preguntar su nombre.
En mi mente quedó tatuada su perfecta mueca de simpatía. La sonrisa que esa fría mañana dibujó ante mí me desconcentró totalmente. Los días volaban y yo anhelaba una réplica del sismo que la belleza de sus ojos causó dentro de mí. Un chispazo eléctrico me sacudía al rememorar su cabello; seda fina de un castaño oscuro y brillo natural.
Mis letras fluían de manera esporádica. Me era imposible definir una sensación coartada por un único contacto. Cada noche me sabía más lejano a recuperar esa sensación de sorpresa y emoción que me produjo mirarla por primera vez. El múltiple colorido se esfumaba de mi mente. El gris natural de mis días regresaba sin remedio.
Con la resignación en la mente y la sensación de fracaso dejé de dibujar su imagen en mi taza de leche, de buscarla en cada estación del metro y de afinar el oído cada que escuchaba un timbre similar al de su tierna voz. Peor error no pude haber cometido; el día menos esperado devolvió a mí la ilusión matutina.
Nuestros contactos se volvieron una constante. La duración era lo menos importante; cinco, diez o quince minutos me resultaban suficientes para suspirar y sonreír. Su todo: pies, cabeza, boca, cabello, me resultaban sumamente inspiradores. Su blanquizca piel y tierna mirada continúan generando chispazos eléctricos dentro de mí.
¿Una historia de amor? Sinceramente no lo creo. No tengo el valor suficiente como para forjar un futuro compartido; menos aún si eso pone en riesgo una ilusión que me alimenta al amanecer. De manera pura y sincera contemplo su belleza, siempre consciente de su fugacidad, pero gozando a cada instante la magia que provoca en mí.
Espero sinceramente evitar caer en las garras del amor no correspondido. El afecto que siento por ella es casi nulo; supongo que ocurre lo mismo. Su simpatía natural y encanto espontáneo me mantienen en estado de alerta. Ella es el café cargado que me roba el sueño de vez en cuando, pero más tarde que temprano me permite dormir. Al amanecer, la cafeína de su esencia abandona mi cuerpo; dando forma a una sonrisa matutina, cortesía de flor más hermosa del edén.