El olor a palomitas y Coca-Cola abarcan todo el establecimiento, sientes como te consume, llevándote a un éxtasis muchas veces ignorado. Llega el momento de entrar a la sala, la caza ancestral de luchar por tu asiento, tratando de encontrar el más adecuado, permanece. Y al sentarte, un proceso de alienación hace que consumas el 90% de todas tus golosinas.
El curioso agujero de la pared emana luz que es proyectada sobre una gran tela, la expresión artística de cientos de personas. Cuyo trabajo duro se verá reflejado en dos horas, algunas veces buenas y otras muy malas. Ya finalizada, hay una breve pausa que se extenderá, depende de la calidad de la película. Se forma el tráfico en las escaleras, y cada miembro de la audiencia reflexiona, o simplemente cita ciertos momentos de la cinta.
Al volver a mi casa, deseo replicar aquel momento. Busco una película por Internet, preparo las palomitas en el microondas y me siento solo, en el sillón que relativamente es de mejor calidad que los asientos de la sala comunal. Prendiendo el televisor, siento algo de pena por la capacidad inmensa de desinterés que me plaga al estar tan cerca de mi vida cotidiana, y no entrar en aquella especie de cortina, que nos aísla, en cierto grado, del resto del mundo.
Es en ese momento en que me doy cuenta, de que el cine representa una iglesia artística. Un lugar de reflexión sobre emociones y problemas, que ha sido testigo del cambio de cada generación. Y en donde su existencia se ve en riesgo con los nuevos avances del hombre.
Al vivir en Latinoamérica, todos estamos enterados de la crisis económica que arraiga al continente. Ya sea en proporciones menores, algo de ella siempre estará en el entorno. Vivo en Venezuela, país con una de las mayores crisis económicas del mundo, y donde la cotidianidad es simplemente una ilusión. Como actividad predilecta siempre quedaba seleccionada la de ir a ver la película de turno, actividad que hoy en día me es considerada un lujo.
No únicamente por los altos precios, los nuevos racionamientos de luz entran a escena y el mero hecho de salir a la bella jungla de concreto se me hace en ocasiones difícil. Pero este artículo no trata sobre esto.
Considerando la dificultad, siempre permanece en mí el deseo de volver. Y es extraño, ya que vivimos en una era tecnológica en la cual tenemos a la mano una cantidad infinita de contenido, gracias al glorioso Internet. Contenido que puedo obtener fácilmente sin salir de mi casa.
Ubicándonos en el contexto antiguo de lo que significaban las salas de cine, imagínense no poder ver películas en ningún otro sitio. Si querías ver un clásico debías tener una sala propia o asistir a contadas proyecciones de dicho material, hoy en día bajamos el torrent de mejor calidad y listo.
Incluso con el nacimiento de la televisión, las transferencias de formatos podían tardar años, teniendo que esperar con ansías una próxima oportunidad de ver tu filme favorito.
Dejándonos con una clara diferencia que, debemos aceptar, ofrece una gran ventaja. Sin hablar del desarrollo de la tecnología en cuanto a televisores y copias en mayor definición, siendo un hecho el gran mercado de contenido Blu-ray.
Pero si de verdad queremos una respuesta a la incógnita, debemos tener en cuenta qué tan extraño puede ser el hecho de ir al cine para otras culturas. Ya que desde otro punto de vista, entrar en una sala oscura acompañado de personas desconocidas, no es nada atractivo. En especial, cuando tu propósito es mirar una pantalla gigante que reflejará cierto contenido del que no tienes idea.
Sin embargo, el cine ofrece un encanto inigualable, que podemos criticar pero nunca odiar. Incluso cuando debemos gritarle a ciertos individuos, para poder disfrutar una película en paz.
Yo mismo recuerdo mi propio sufrimiento en el estreno de Star Wars The Force Awakens, sobretodo el hecho de tener un grupo de gente friki comentando sus deseos de casarse con Rey, a lo largo de toda la película.
Aunque estos son pormenores, al lado de momentos sorprendentes que alegran tu experiencia en general. Sí, dicho estreno fue tormentoso, pero ver una película acompañada de gritos, intensidad y gente disfrazada de sus personajes favoritos, trajo una situación que no podría replicar en mi casa.
Sí, estas personas nunca entrarían a mi casa…Sé que se estarán preguntando qué tiene todo esto que ver con nuestro dichoso título. Pues ya hemos llegado a esa parte, donde hablamos de una situación venidera que puede eliminar todo el ritual del que hablé al principio.
Si siguen este link: http://www.the-numbers.com/market/ podrán ver una tabla con las ventas anuales de boletos. Y sí, la gente sigue yendo al cine, pero se puede ver una ligera decaída en cuanto a cifras que, aunque no afecte tanto al mercado, significa una ligera preocupación, para personas cuya completa vida social gira en torno al cine y su computadora.
Como mencioné anteriormente, estamos en la era tecnológica; ver una proyección no hace que salgamos corriendo del establecimiento. Con la inmensidad abrumadora de pantallas que nos rodean cada día, el cine no brilla tanto como en sus viejos tiempos.
Dicha mayoría de pantallas está también rodeada por una gran cantidad de contenido, en donde casi 300 horas de vídeo son subidas a Youtube cada segundo. Y estamos más acostumbrados a vídeos cortos de comedia que a películas dramáticas de dos horas.
Pero sin llegar tanto al cine como medio, solo podemos ver la cantidad gigantesca de plataformas para ver contenido en línea. La migración de las salas de cine a nuestras computadoras se hace cada vez más evidente.
Y cada día se hace más fácil con el desarrollo del cine digital; que hace a algunos cineastas cruzar la frontera hacia un mundo virtual, en vez de tratar de vender sus películas a ciertos establecimientos.
Hablé anteriormente de lo fácil que era obtener una película vieja, solamente descargando el torrent. Cosa que constituye piratería, pero que es sin duda la opción más atractiva, sino la única, de ver películas que no estén en el cine de mi país.
¿Para que gastar un sueldo bien ganado en una experiencia que fácilmente puede ser gratis? Pues la respuesta no puede ser más cruel que la verdad, y la verdad es que los cines se vuelven cada vez menos necesarios para el espectador.
El cine más cercano a mi casa no puede ofrecerme de ninguna forma, estrenos independientes o extranjeros que puedo ver fácilmente, pero que moral y legalmente constituyen algo parecido a un robo. Incluso los cines alternativos, que pasan películas de otros países o filmes muy selectos, han fracasado rotundamente, por la falta de alcance que poseen.
Imaginarme un mundo sin cines no se me hace imposible, pero si algún día llegara a ocurrir tal suceso, será el día más triste de mi vida. Tendríamos una transición lenta y algo dolorosa, que podría terminar con la totalidad de los cines locales.
Hay que considerar también que no todo el mundo posee un televisor último modelo y ve al cine como una buena opción. Aunque son muy contadas las casas que no tienen acceso a una pantalla HD.
Desde un punto de vista más subjetivo, no puedo dejar de odiar esta idea de cambio. Pero muchas veces lo necesario y lo práctico simplemente no resuena en la misma sinfonía.
¿Quién sabe que le espera al séptimo arte dentro de 50 años?
Siendo el arte más joven, ha podido pasar por su nacimiento, desarrollo e industrialización en poco más del doble de esa cantidad.
Observando los hechos en mi cabeza, me cuesta pensar en un medio que no presente cambios en tiempo, e incluso si las salas de cine logran prevalecer y pasar la prueba del tiempo, serán muy diferentes a nuestros conceptos actuales.
La preocupación no debe ser tanta, ya que, considerando las veces en que este mismo hecho estuvo a punto de pasar, siguen habiendo esperanzas.
Sin mencionar como, en la gran depresión de los Estados Unidos, ocurrió un déficit que generó (además de una de las crisis más grandes del país) la quiebra de una cantidad considerable de estudios. Produciendo una situación en donde se consideró el fin de los cines, y en donde lo único que pudo detener esto, fueron la venta de palomitas a sobreprecio.
Así que cada vez que vayan al cine y se quejen de los altos precios de las golosinas, recuerden que son la causa de que el negocio siga a flote.
No puedo admirar más lo que representan los cines, y sí, estamos en una sociedad que se preocupa más por consumir películas que por verlas. Pero atrás de ese negocio mugriento y avaricioso, existe un corazón y un arte, que no es propiedad de grandes jefes de estudio o cines municipales, sino de toda la humanidad.
Películas como Cinema Paradiso, nos han enseñado las virtudes de estos lugares y el poder del medio alrededor de generaciones y países. Soy un fiel creyente de esto, y considero que el cine es más una experiencia surreal que un simple espectáculo.
Puede que no sea tan progresista, pero disfruto, incluso, el sonido del rollo al ser reproducido. Y sin mencionar las pequeñas marcas de la cinta, que nos muestran el trabajo que dejó la obra, tanto como los momentos que describí al inicio.
A fin de cuentas, las películas fueron hechas para disfrutarse en pantallas kilométricas y con un sonido arrollador, no en tu Iphone mientras vas al baño.