La infancia nos dio lazos entrañables.
Es domingo, apenas empiezo a escribir mi entrada. Son las 3:30 a.m. y sigo con la hoja medio en blanco, medio porque hay algunas palabras escritas, todas sueltas sin ningún sentido o hilo conductor.
Estoy en casa de mi hermana pequeña, que irónicamente es como la mayor. En teoría yo debería de cuidarla, protegerla y ayudarla como lo hacen los hermanos más grandes, por el sentido de la cronología, sin malentender mis palabras, estoy con ella haciendo todo esto. Pero resulta que ella lo hace como la hermana que protege, y lo hace muy bien, porque ella se sabe más fuerte. En realidad en muchas ocasiones me ha enseñado la fortaleza que tiene en el espíritu y lo calzonuda que es para tomar algunas decisiones, yo soy fuerte pero en un sentido diferente. Y a la hora de las decisiones donde se involucra el corazón, puf, pierdo toda lógica. Pero ella está ahí, sacudiendo mi razón y mostrando una visión más clara, más objetiva de las adversidades a las que me he tenido que enfrentar, y vaya que han sido varias situaciones fuertes y dolorosas. Claro todos hemos pasado por periodos difíciles, pero cuando tienes al lado a esa persona especial, que además de ser tu amiga es tu hermana, en verdad, es un alivio poder llorar, gritar y sacar todo eso que no puedes mostrar al mundo. Ella siempre está dispuesta a escuchar, a sacrificar tiempo o a hacer cualquier locura con tal de demostrar ese apoyo incondicional.
Mi hermana es un gran ser humano, tiene su lado oscuro como todos lo tenemos, pero cuando amamos, ese lado es parte integral del paquete, porque eso es recíproco, nos aceptamos y conocemos esas partes no tan relucientes de nuestro carácter.
Al final del día mi hermana estará siempre, eso me lo demuestra todos los días, cada noche que el llanto me sorprende, cada mañana cuando recibo un lindo mensaje con palabras de aliento y fortaleza, cada sonrisa cuando la vengo a visitar, en cada comida familiar, en cada evento que comparte conmigo, en los días de tristeza que me regala llamadas para escuchar mi pesimismo y luego darme opciones para convertirlo en positivismo.
Ella conoce mis debilidades, mis fortalezas, mis aciertos, mis malos modos, mejor que nadie y yo la conozco tanto que hay en nuestra relación una confianza inquebrantable e ilimitada. No sólo nos unen los lazos de sangre, nos unen historias y experiencias que vivimos juntas. Pero independientemente de la consanguinidad, pudimos y supimos cómo crear una amistad que durará por siempre.
Lauri linda escucha, da, apoya, la mayor de las veces sin recibir. Pero ella no se hace a un lado del camino sigue en él, al pie del cañón, aún sin recibir, porque sabe que tendrá una recompensa incalculable, la amistad que vale oro puro.
Este fin de semana compartimos una tarde y una velada muy contentas. Me hizo sentir muy consentida pero sobre todo sentí su amor.
Gracias hermana.
Ale Olson
Qué bonito escrito Ale, me hiciste pensar en mi hermana, con la cual, como dices, además de la sangre, compartimos una hermosísima amistad. Un beso enorme Ale.
Querida Vero, que bien que tu hermana apareciera en tu pensamiento al leer mi texto. La amistad con los hermanos se vive a toda intensidad :) Te mando un gran abrazo.