“Yunuell quieres ser mi novia??? Atte. Megan”, es el mensaje en rojo brillante que atraviesa la pantalla al fondo del salón Patrick Miller. La primera valiente de la noche se arriesga a recibir “el sí o el no” en esta cueva setentera, donde la tradición dicta que cada viernes el lugar abra sus puertas desde las 10 de la noche y durante 6 horas más.
Hot-dogs en la banqueta, paletas, cacahuates y gorditas entretienen a los que esperan en la calle Mérida. Bajo el número 17 de la colonia Roma y detrás de un gran zaguán oscuro, comienza el baño de luces láser como presagio de un viaje en el tiempo. Así es, regresan los años 70 y con ellos vuelve también la corriente hi-NRG y los bailes extravagantes.
La puerta se abre y comienzan a avanzar las personas que por el módico precio de $30 y la mayoría de edad, adquieren fichas similares a las de un casino para acreditar su pase a este retro-salón de baile en el que desde el colorido túnel de entrada se hace presente el fresco y familiar ambiente.
Poco a poco este amplio local se llena, bajo la iluminación de una, dos, tres, cuatro bolas de disco y la lluvia -verde, azul, roja- del juego de luces. Como en los viejos tiempos, la mancuerna entre el sonido y el equipo visual hace de la noche un portal entre los modernos años 2000 y las cuatro décadas anteriores.
Así, mientras la asistencia, en su mayoría arriba de los 25 o 30 años llena el salón, la música inunda a todo aquel que entra y lo invita a unirse al baile. Primero un círculo, luego otro y otro y tres más. Llegan con un trago en la mano y se amontonan para ver a dos valientes justo al centro que combinan los pasos aprendidos en su juventud con algunas de las nuevas técnicas del siglo XXI, el resultado: una rara mezcla a veces con ritmo, otras con gracia y en ocasiones simplemente una mezcla.
En el primer piso se encuentran los bailadores, a la izquierda, para los que se han cansado, un sillón a lo largo de toda la pared pero no ocupado a lo largo de toda la noche, pues casi todos saltan en la pista.
Después de algunas cervezas adquiridas con fichas del mismo “estilo casino”, por $30, los baños ubicados junto a la entrada y al fondo se llenan de personas con “urgencias” y “necesidades”. Mientras comienza a llenarse también la parte de arriba donde aún más espectadores admiran, señalan y aplauden algunas de las extravagancias de los del primer nivel.
El humo del cigarro comienza a salirse de la zona fría y especial para los fumadores, que ya está llena, e inunda un poco el pasillo más inmediato a ésta. Y de toda esta concurrencia salen peticiones que conforme entran, pasan a la pantalla ubicada al otro extremo de la entrada y se ilumina con mensajes del público o del salón Patrick Miller, solicitudes amorosas, saludos, felicitaciones y más.
Los más jóvenes disfrutan del ambiente, de los amigos, del sonido y las bebidas. A medida que aumenta la edad del espectador, aumenta también el éxtasis que sufre con cada canción.
Una combinación de emoción, nostalgia, adrenalina y pasión recorre cada una de sus terminales nerviosas, impulsos eléctricos hacen que sus piernas y brazos se levanten y retuerzan sin control y a veces hasta sin ritmo.
Entre los vestuarios más comunes y los más estrafalarios, entre el clásico paso izquierda-derecha y las coreografías más elaboradas, entre los chicos perdidos en una plática y los perdidos en el vaso, entre el piso de arriba y el de abajo, entre pisotones, el calor y los torsos vibrantes atravesados por la música, entre el jueves y el sábado, entre las calles Córdoba y Frontera, tal vez Yunuell y Megan comenzaron una historia de amor.
Fotografía: www.chilango.com/antros-bares/roma/patrick-miller
Jajaja, gracias. No estaría mal que lo visitaran, eeh. Muy buen ambiente y sé que les gustará la música :D
Que buen relato. Me imagine el lugar!