Hay una delgada línea que suele separar muchas comedias románticas y comedias femeninas. Si hablamos de comedias románticas que funcionen para todo tipo de público, podemos mencionar Cuando Harry conoció a Sally (When Harry met Sally, 1989. Dir. Nora Ephron) o Mujer Bonita (Pretty Woman. Dir. Garry Marshall). Si hablamos de comedias románticas dirigidas al público femenino cabe mencionar El diario de Bridget Jones (Bridget Jones’s Diary, 2000. Dir. Sharon Maguire) o 27 Vestidos (27 Dresses, 2008. Dir. Anne Fletcher). Pero si hablamos de comedias femeninas tenemos otros ejemplos como Legalmente Rubia (Legally Blonde, 2001. Dir. Robert Luketi), Miss Simpatia (Miss Congeniality, 2000. Dir. Donald Petrie)y, por supuesto, El Diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada, 2006. Dir. David Frankel). Siendo esta la última de los ejemplos en estrenarse pero la primera que remarcó esa línea, hasta el momento difusa, y demostró que también se puede hacer comedia femenina para el gran público sin llamarla “comedia romántica”.
Este año, El Diablo viste de Prada cumple 15 años de su estreno, el mismo tiempo que ha transcurrido desde que las comedias con protagonistas femeninas empezaron a reescribir la historia. Porque hasta el momento en que llegó la película protagonizada por Anne Hathaway, las comedias con protagonistas femeninas se lanzaban al género de las comedias románticas, un género que la mayoría asume automáticamente que es de menor calidad o menos inteligente. Es por eso que esas películas, incluso las más populares, a menudo se denominan con desdén como «placeres culpables» o «películas para chicas» de forma peyorativa. Pero El Diablo viste a la moda giró las mesas gracias a su humor punzante e inteligente que abrigó el feminismo en la pantalla grande incluso antes de la llegada de la segunda era del movimiento.
A partir de ahora, se hablará de El Diablo viste de Prada con spoilers.
El diablo viste a la moda es comedia femenina y feminista disfrazada de romántica
En efecto, The Devil Wears Prada fue concebida para lucir como una comedia romántica, probablemente una estrategia para calar entre el gran público. Recordemos que un par de años antes, Cómo perder a un hombre en 10 días (How To Lose A Guy In 10 Days, 2003. Dir. Donald Petrie) y Si tuviera 30 (13 Going On 30, 2004. Dir. Gary Winik) -dos comedias románticas- también estaban ambientadas en el mundo de la moda neoyorquino.
La película tiene lugar en una versión glamorosa de la ciudad de Nueva York, tiene una banda sonora llena de pop y una paleta visual brillante y colorida, y presenta una gran secuencia de cambio de imagen. La diseñadora de vestuario Patricia Field estiró un presupuesto de 100.000 dólares a 1 millón de dólares, y obtuvo una merecida nominación al Oscar (una rareza para una película de ambientación contemporánea).
Sin embargo, al usar esas trampas para contar un tipo diferente de historia, The Devil Wears Prada argumenta que la estética del género de comedia romántica tiene valor como estilo cinematográfico intencional. Otro ejemplo claro de esto es Promising Young Woman que adapta un estilo de comedia romántica pero en realidad nos cuenta una historia de venganza; sin embargo, el diseño de comedia romántica está allí como factor narrativo. Entonces, si bien puede que no sea una comedia romántica, El diablo viste de Prada aún termina sirviendo como una gran defensa del estilo y el tono del género.
La película utiliza tropos narrativos de comedia romántica con un final ligeramente más subversivo. El director David Frankel y la guionista Aline Brosh McKenna llevaron la película en una dirección diferente, y adaptaron el bestseller de 2003 de Lauren Weisberger (inspirado en el breve tiempo que la autora trabajó como asistente de la editora en jefe de Vogue, Anna Wintour) en un retrato divertido pero también emocionalmente honesto de dos mujeres en dos etapas de la vida muy diferentes: Andy Sachs (Anne Hathaway) recién comienza su carrera como asistente en la revista Runway, mientras que Miranda Priestly (Meryl Streep) está en la cima de ella como su editora en jefe desde hace mucho tiempo.
El tema de cómo el sexismo ha moldeado la trayectoria profesional de Miranda y, por extensión, su personalidad, es algo que la película solo verbaliza abiertamente una vez (“Si Miranda fuera un hombre, nadie notaría nada de ella, excepto lo excelente que es en su trabajo” señala Andy), pero es un tema que se extiende a lo largo de la película. Streep también jugó un papel importante en la configuración del tono de la película, y lograr que se uniera al proyecto fue un gran éxito de casting. Además de crear la apariencia y la voz de Miranda (quería evitar imitar a Wintour), Streep también presionó por un realismo aún más emocional. Pidió un momento en el que Miranda apareciera “sin la armadura de su ropa y maquillaje”, que se produce cuando se abre brevemente con Andy sobre su inminente divorcio.
El diablo viste de Prada se preocupa ante todo por su trío central de mujeres, incluida Emily Charlton (Emily Blunt), la «primera asistente» de Miranda obsesionada con la moda que, a regañadientes, toma a Andy bajo su protección. Completando el elenco está Stanley Tucci como el director de arte de Runway, Nigel Kipling, el único personaje masculino interesante en la película. No solo una gran cantidad de escenas de El diablo viste a la moda pasan la prueba de Bechdel, solo hay una breve escena en la que dos hombres hablan entre sí y están hablando de Miranda.
En su momento, el público percibió la relación romántica de Andy y Nate como la bandera roja de ella: Andy estaba tan corrompida por la industria de la moda que descuidó su relación amorosa. Pero en los últimos años ha habido una relectura del noviazgo de Andy y el comportamiento de Nate más cercana a lo que la película quería contar. Andy nunca parece cambiar para peor, así que la actitud de Nate se traduce como una nula capacidad de él para mostrar apoyo hacia Andy.
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También hay algo subversivo y agradable en la forma en que McKenna relega a propósito a Grenier y Simon Baker (que interpreta al otro interés amoroso de Andy) al tipo de papeles ingratos y poco escritos que las mujeres suelen tener que interpretar en las grandes comedias de estudio normalmente protagonizadas por hombres.
La película celebra la moda
Meryl Streep también presionó a la guionista para que ampliara algunas líneas de diálogo en el ahora icónico discurso del «suéter cerúleo» de la película, que funciona como una metadefensa de cualquier cosa que la sociedad rechace únicamente porque es femenina.
De hecho, la primera mitad de la película ofrece una defensa tan grande de la industria de la moda que casi desequilibra el mensaje de la película. The Devil Wears Prada se trata aparentemente de que Andy se da cuenta de que la toxicidad del mundo de la moda la está corrompiendo, o al menos alejándola de su objetivo de convertirse en una periodista seria. Pero la película nunca vende esa idea porque tiene un amor tan claro por la moda y porque Andy parece seguir teniendo principios en todo momento. Eso también contribuye al aspecto más débil de la película: la relación de Andy con su novio, Nate (Adrian Grenier).
De hecho es la historia de Nigel la que sirve como una advertencia eficaz sobre la toxicidad del mundo de la moda. Después de haber pasado años como su leal mano derecha, Miranda traiciona cruelmente a Nigel en una maniobra política de última hora para salvar su propia posición. Con una de las mejores actuaciones de su carrera, Tucci transmite maravillosamente la complicada relación de Nigel con una industria que le ha dado tanto, pero que también le ha quitado mucho. Si bien Andy claramente tiene miedo de convertirse en alguien como Miranda, que podría traicionar tan fácilmente a un amigo y colega, tal vez también tenga miedo de convertirse en Nigel o Emily: dos personas que se han lanzado a una carrera agotadora en función de los caprichos de la mujer a la que sirven.
El diablo viste de Prada es única
The Devil Wears Prada termina con Miranda y Andy como ni amigas ni enemigas, sino simplemente dos mujeres que respetan el hecho de que quieren cosas muy diferentes en la vida. La película recorre una línea fascinante entre admirar a Miranda y criticarla. Miranda Priestly, al ser fiel a sí misma, se asegura de ser recordada como una persona memorable, de carácter respetable; no importa cuántos debates morales se puedan suscitar desde un punto de vista feminista o posfeminista. Admiramos el respeto que tiene por sí misma y la odiamos porque, inconscientemente, podríamos temer convertirnos en alguien como ella, en un mundo regido por reglas patriarcales, constantemente condenadas por ellas.
El diablo viste de Prada fue un hito. Una comedia protagonizada por una mujer de mediana edad y dos desconocidas que ganó 326 millones de dólares en todo el mundo y ha tenido un enorme poder de permanencia cultural. Convirtió a Anna Wintour en un ícono de la cultura pop, lanzó la carrera de Emily Blunt de la noche a la mañana, demostró que Anne Hathaway podía llevar películas fuera del grupo demográfico entre adolescentes y dio inicio a una nueva fase de la carrera de Meryl Streep como estrella de la comedia. Además, le valió a Streep la decimocuarta nominación al Oscar que estableció un récord.
No creo que The Devil Wears Prada tenga éxito únicamente porque minimice el romance, aunque sí creo que necesitamos más comedias dirigidas por mujeres que hagan eso. En cambio, el mayor éxito de The Devil Wears Prada es demostrar que la estética elevada del género de las comedias románticas no es incongruente con la narración matizada y el realismo emocional. The Devil Wears Prada cree (al igual que yo) que las elecciones estilísticas femeninas y brillantes no tienen menos valor inherente que las violentas e hipermasculinas. Todo se reduce a lo bien que los uses. Tal vez gracias al éxito de El diablo viste a la moda, en estos quince años nos han llegado películas como Bridesmaids, Trainwreck o Late Night, comedias femeninas para el gran público. Y es que como dijo Stanley Tucci sobre por qué la película ha tenido tanto poder de permanencia: “Es una película brillante. Las películas brillantes se vuelven influyentes, sin importar de qué se trate«.