Antes, cuando todo era sencillo y mundano,
me bastaba el humo del cigarro.
Me relajaba, adormecía,
me hacía olvidar.
Crecí,
pero en realidad sólo cambié de vicio.
Me basta un beso, un par de palabras,
y vuelvo a respirar.
Decidir qué hace más daño
es elegir un verdugo.
Te escojo a ti, lo sabes.
Aunque me mates.
Eres más amargo, más volátil,
no puedo reemplazarte con un parche.
¿Qué hago entonces, si no puedo dejarte?
¿Qué hago entonces, si no quiero dejarte?
Fuente imagen: http://suzanazeidahnoireen.blogspot.com
¡Me gustó! Muy buena analogía
Muchas gracias, Vero :)