Mucha gente pregunta por qué colecciono rosas muertas, quieren saber por qué guardo «cadáveres» de algo que una vez fue tan hermoso y finalmente termina siendo algo seco, sin vida y opaco. Yo les digo que para mí su belleza es permanente, que incluso tras haberse «apagado» su hermosura es inmune al tiempo y a cualquier circunstancia.
Es entonces que su mirada me lo dice todo, para algunos la belleza radica sólo en lo exterior, lo visible; aquello que es palpable y seguro es bello. Se basan en lo superficial, lo que sufre mayor desgaste, se dejan seducir por los ojos y no logran llegar más allá.
Para mí, la belleza va de la mano con el alma, con la esencia de las personas y sus acciones. Claro que estas acciones deben salir del corazón porque las personas bellas no buscan el reconocimiento de los demás, su satisfacción está únicamente en ayudar a su prójimo no en regodearse del aplauso o crearse fama de «buenas personas». No son esas que «te cantan» lo que han hecho por ti o por los demás una y otra vez.
Una persona bella es capaz de reconocer a otras personas bellas, porque procura rodearse de personas que nutran su alma y la apoyen con sus buenas obras, pues una persona bella no duda en invitar a los demás a que ayuden, no es egoísta pues sabe que una buena labor no es para aumentar su ego sino para beneficiar a otros.
Las personas bellas están en todo lugar y son como las rosas secas, incluso si su belleza exterior se apaga o para muchos nunca ha estado ahí, su esencia y significado permanece. Colecciono rosas muertas que me recuerdan que lo exterior no vale tanto como lo que hay detrás, lo que los ojos no ven.