Bajo el sol abrasador y entre una multitud que caminaba de prisa, a unas cuadras del metro Allende, en el Centro Histórico de nuestra ciudad, esperaba el Palacio de Minería que era la sede de la XXXV edición de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería (FILPM).
A través del bochorno y el aire denso, podía vislumbrarse la gran carpa blanca que servía como guardarropa para todos aquellos que no quisieran cargar sus cosas a lo largo de todo el recorrido y para los que les negaran la entrada con sus mochilas o bolsas.
El antiguo Palacio tiene una gran historia que contar gracias a su larga estancia en México pero, durante la Feria, el Palacio puede contar lo mismo una historia futurista que las experiencias amorosas de una comunidad homosexual.
En la calle había tanto bullicio y alboroto que parecía la antesala de un evento magno; niños gritando y brincando, amigos sumergidos en diversas pláticas, parejas sometidas bajo la pasión de los besos, turistas hablándose a gritos en sus lenguajes maternos. Altos, güeros, chaparros, morenos, jóvenes, niños, adultos, extranjeros y nacionales; el sol no hacía mella en el ánimo de ninguno de ellos.
“Amiga, pasa a la siguiente taquilla, por favor”, los chicos que estaban a cargo agilizaban la compra de boletos y distribuían a la gente en las diferentes filas para las taquillas. “Es entrada general, no hay descuento con credencial”, gritaban una y otra vez los taquilleros y todo el staff de la organización.
Una vez que se ponía un pie dentro del recinto la atmósfera se volvía distinta, la multitud seguía ahí pero el bullicio desaparecía. Todos platicaban entre sí, reían y caminaban por todos lados, pero los personajes principales no eran las personas. Había libros por doquier, secciones muy abarrotadas y otras muy olvidadas, personas de todas las edades recorriendo el lugar en busca de sus preferencias.
Tecnología, superación personal, novelas, historia, derecho, medicina, juveniles, infantiles, revistas, editoriales de diferentes universidades, ediciones de bolsillo, compilaciones, ediciones inéditas… No había límite en ese edén lleno de letras e inundado de olor a libro nuevo.
“Les recordamos que todas las actividades programadas para las 13:00 ya tienen el cupo lleno”, resonaba una voz en el interior de las bocinas, el mensaje se repitió varias veces. Había conferencias, exposiciones, ponencias, debates y otras actividades relacionadas con la gran variedad de libros presentes; desde el narcotráfico hasta los homenajes a grandes escritores.
Las salas del Palacio de Minería, que en otras ocasiones cumplen fines educativos o recreativos, se volvieron el hogar de las conferencias, ponencias y demás cosas programadas; eran tan esperadas que los lugares disponibles se agotaban rápidamente.
La Feria parecía no tener fin, había tantas secciones y tantos stands que el lugar se asemejaba a un laberinto de editoriales. Los pasillos estaban abarrotados con las pequeñas carpas de las distintas compañías o categorías; algunas con ofertas, otras desconocidas, unas ya medio vacías, solamente el área designada para los sanitarios se escapó de ser tapizada con libros.
“¿Buscabas algo en especial?”, “Puedo mostrarte lo que gustes”; dentro del espacio destinado para cada sección había poco espacio para moverse, mucha gente caminaba en todas direcciones, muchos se detenían a platicar. El Palacio de Minería estaba a rebosar de vida, movimiento y alboroto; algunos buscaban algo en particular, otros solo observaban y preguntaban si algo les interesaba, muchos tomaban un pequeño descanso a la mitad de las escaleras o en la zona de comida.
Subiendo al siguiente piso el ambiente era muy similar pero más relajado, las editoriales menos conocidas se encontraban ahí y sólo había puestos a lo largo de las paredes y en algunos pasillos. Había pequeñas salas que mostraban colecciones especializadas; más baños.
Quizá por ser el último día, quizá sólo les nacía pero todos los vendedores –identificados con un gafete –se acercaban ofreciendo su ayuda y, más que nada, sus productos. Dispuestos a investigar cualquier precio que se les preguntara, a bajar cualquier libro del estante más alto, a mostrar todas las ediciones de un mismo libro; al final, la mayoría, recibía un cortés y sutil “Gracias, ahorita regreso”. Nadie regresaba.
Algunos sólo compraban lo que buscaban, otros recorrieron el recinto de pies a cabeza, de García Márquez a J. K. Rowling, de Alfaguara a Algarabía; algunos salían con las manos llenas y los bolsillos vacíos, otros al revés. Algunos se iban con la promesa de regresar el siguiente año, otros bajo el juramento de leer y releer sus nuevas adquisiciones.
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