La piel se me enchinó. Podría intentar delinear, con bellas comparaciones y considerables adjetivos, semejante sensación; pero si les ha pasado saben que cualquier descripción se quedaría corta. Primero una vibración recorre el cuerpo desde un polo hasta llegar al otro, es posible sentir como se eriza cada uno de los vellos sobre la piel, una ola de calor helado invade todas las terminales nerviosas y una involuntaria pero sonriente mueca se forma en nuestra cara tras sentir un coqueto hormigueo recorriendo la columna vertebral, los músculos se contraen y la experiencia culmina con un breve y ligero temblor.
99 palabras para describir una sensación que dura dos segundos y es el triple de majestuosa que lo descrito en las líneas anteriores. Quizá me quedé en el 98 más uno porque para completar la centena tendría que haber dicho que es también “impar”, si acaso, “inigualable”.
Un gol, un beso, el aire frío de repente, las cosquillas en el paladar, un susto, el lengüeteo de un perro, un roce de manos en la calle, la canción favorita, el asesino de la película, un bostezo, el poema más divino, una carta. No hay persona en el mundo que no haya experimentado este regalo, coctel de sensaciones, bomba de adrenalina.
Y es que cuando todos nos tomamos del brazo gritando al unísono en el estadio, se enchina la piel con el estruendo, si alguien nos habla suave en el oído se estremece nuestra espalda, con el frío que levanta faldas o camisas todo el cuerpo tiembla, al sentir cerca otra mano u otro cuerpo los nervios se salen de nuestra corteza y se enlazan a los del otro.
Por eso pienso que mientras un sólo centímetro de nuestra piel pueda seguir erizándose y vibremos, mínimo, lo que dura un chispazo, seguimos vivos. Porque existir y respirar no valen la pena si no existimos en el sueño de alguien o si no hacemos que a otros se les acelere la respiración.
Llámenme cursi o díganme romántica, incluso anticuada, si me aferro a pensar que un día lleno de carcajadas es más inolvidable que el día que nos hizo derramar todas nuestras lágrimas e incluso más valioso que algunas de las lecciones mejor aprendidas.