Historias viajeras

 

“Cuando subo a un trasporte público mi corazón se empequeñece ante el peso gratuito de la coincidencia. ¿Por qué todos esos seres vestidos con trapos de distintos colores van en la misma dirección que yo?“ (Insolencia. Literatura y Mundo)

Es una buena pregunta y tiene días que cuando viajo en el metrobús, esa pregunta me asalta, entonces todos los días observo a tantas personas como sea posible, pero luego la pregunta empieza a difuminarse y en su lugar empiezan a surgir historias épicas.

Por segundos observo las rostros, trato de adivinar en que van pensando y luego recorro cada detalle en las líneas que marcan sus expresiones. Me he encontrado con expresiones repetidas en casi todos “esos seres con trapos distintos de colores” (me encantó esa descripción de Guillermo Fadanelli)

El más común es el desasosiego, parece que las personas van de aquí para allá con una pena que los embarga hasta los huesos, reflejando en el entrecejo una frente constreñida, apretada, los músculos faciales se notan tan duros, que hay días que mis cejas se arrugan, tan sólo por el resultado de un reflejo. Otras veces las líneas que demarcan los rostros parecen inexpresivas, planas, como que miran pasar la vida y no moverse ante ella, otros tantos rostros llevan los labios apretados, con muecas furiosas que quieren gritar, con amargura resbalándose por la sangre y la vida.

Miro las expresiones y luego me pregunto: ¿Qué pensamientos estarán asaltando su mundo? y entonces comienzo a hacer mis propias deducciones, comienzo a hacer historias. Pero entonces me enfoco en la mirada y estas me llevan a un pensamiento y observación más profunda.

Sí, la mirada. Esa que viaja no sólo en el transporte, viaja también por escenas de vida, transmite las más íntimas de las emociones, aunque se quieran ocultar. Ellas saltan para que pueda adivinar. Tal vez es una forma poco usual de pasar el tiempo mientras se viaja en metrobús, pero dada la demanda de éste transporte, no hay mucho espacio para poder abrir un libro, así que mejor me dedico a observar para conocer un poco más del mundo.

Y estaba en las miradas, algunas veces me han enternecido hasta el punto de sentir empatía con esa persona. Esa mirada la he encontrado pocas veces, y cuando eso pasa, no dejo de disfrutar esa sensación de amabilidad, por ese ser vestido de encanto. Mis ojos también han rozado con el enojo, éste va vociferando, lanzando rayos que hieren, a veces hasta he llegado a ver cómo los envuelve un halo de humo que los obnubila, ahí sólo se pueden detener por breves instantes para no caer víctimas de hechizos malignos. Mi vista corre asustada buscando algún lugar agradable. Algunas miradas las he encontrado con lágrimas derramadas por la tristeza que las abruma.

La desolación, el desencanto, la nada, miradas perdidas en un profundo abismo. Esas, esas querido lector son las más comunes entre los habitantes de esta gran Ciudad. ¡Qué susto! Veo tantas personas, la mayoría lleva los ojos clavados a la nada, me da la impresión que van encerrados en una obscura habitación, sin consuelo, sin anhelos, viajando hacia un lugar al que tienen que ir porque así debe ser el día a día. La tristeza de ver en tantas miradas luces apagadas, me da un tremendo calambre en el pecho.  Tanta automatización en nuestros movimientos diarios nos han dejado sin aliento vivo.

Todos los días busco en las miradas de esta población urbana un esbozo de gentileza, de bondad. Rastros de una mañana con energía de vida pura, libre; escasos son los ojos que dan brillo al transporte público. La lucha por sobrevivir en esta jungla nos desvía por las mañanas, tardes o noches en disfrutar hasta el momento de viajar en el transporte público.

Seguiré tomando el metrobús a las horas pico, cuando las personas se aglutinan en las puertas y se empujan para ganarse un lugar dentro del vagón y en la sociedad. Entonces tendré muchos viajes para adivinar los pensamientos de algunos ojos sin aliento, otros con tristeza, enojo y otros con poco brillo o sin él. Pero sobre todo intentaré disfrutar de las miradas encontradas y regalarles una amable sonrisa.

Te invito a ti, lector, a que te subas para viajar con todos esos extraños que van en la misma dirección y disfrutes de las historias que te pueden contar las muchas niñas que se encuentran bailando al ritmo de las sensaciones más íntimas y luego subir las comisuras de tu boca para esbozar un gesto afable al viajante que está a tu lado.

Ale Olson

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