Han transcurrido ya tres años desde que el movimiento Me Too irrumpió con fuerza en Hollywood marcando un antes y un después en la cultura pop. Se necesito que Alyssa Milano acusara públicamente a Harvey Weinstein de abuso sexual y que un centenar de mujeres se unieran a ella alzando sus voces para que Hollywood dejara de ver a un lado cuando el tema amenazaba con salir a flote.
Y es que antes de que Meryl Streep, Matt Damon y un gran número de celebridades se hicieran los sorprendidos ante las acusaciones contra Weinstein, habían indicios de que el comportamiento descabellado y enfermizo del productor era un secreto a voces, como la broma de Seth McFarlene en pleno anuncio de los nominados al Oscar. Pero sin duda la evidencia más obvia sobre cómo Hollywood ha hecho vista gorda de las acusaciones de abuso que vinculan a su élite, es el terrorífico caso que vivió Patricia Douglas en 1937.
No es un secreto que Hollywood desterró a actrices como Bette Davis o Joan Crawford cuando alcanzaron cierta edad; o que Judy Garland fue sometida a una dieta de barbitúricos siendo niña y adolescente, mientras trabajó en la MGM. Pero cuando el escándalo va vinculado a la palabra “violación” Hollywood hace el doble de esfuerzo para mantener el sucio bajo la alfombra y en el caso de Patricia Douglas (y quien sabe cuantas mujeres más) lo consiguió. O al menos así fue por casi setenta años cuando una vez más la verdad salió a flote. Y es precisamente la Metro Goldwyn Mayer el escenario de esta otra escamosa historia de la gran industria cinematográfica.
El sueño américano de Patricia Douglas
Patricia Douglas nació en Kansas City, Missouri, pero emigró a Hollywood siendo una adolescente. Ella soñaba con ser una estrella de la pantalla grande pero acabó trabajando como extra en varias producciones; y su mamá, Mildred Mitchell, quien estaba decidida a diseñar vestidos para «reinas del cine», se convirtió en una modista para prostitutas de alto nivel. Pero un día, una llamada estaba aparentemente destinada a dar un vuelco a la vida de ambas.
La llamada provenía de la Metro Goldwyn Mayer y presuntamente se trataba de un casting para jóvenes como ella. Patricia, quien en aquel momento tenía 20 años, ocupaba la casilla 27 en una lista de cientos de jóvenes que también habían sido convocadas. Lo que Patricia no sabía era que aquel casting era en realidad una fiesta.
La MGM tuvo mucho que celebrar ese año. Para combatir la crisis de la Gran Depresión, que ya había enviado a sus rivales Fox, Paramount y RKO a la bancarrota, los ejecutivos de ventas de MGM habían ideado un esquema radical para reestructurar los alquileres de películas: en lugar de cobrar un porcentaje de taquilla a los expositores, el estudio fijó tarifas por película, calculadas sobre los ingresos brutos de primera emisión en 30 ciudades clave. De esa manera, un éxito en los mercados urbanos selectos podría exigir alquileres más altos una vez que la película se estrenase ampliamente. Esta estrategia fue orquestada por los ejecutivos de venta, así que era hora de darles una recompensa por su buen trabajo. La directiva de la Metro le ofreció una fiesta apoteósica a sus vendedores con mucho alcohol, droga y compañía femenina. Eso fue lo que Patricia se encontró cuando llegó al rancho del estudio, el lugar del supuesto casting.
La fatídica noche
Para su desgracia, llamó la atención de uno de los asistentes “que le resultaba repugnante” tal como le diría a otras de las jóvenes, puesto que este le perseguía a donde ella se dirigía. Así lo relata en el documental Girl 27 (estrenado en Sundance diez años antes del movimiento Me Too), Douglas se dirigió al baño y allí fue emboscada por dos hombres. Uno apretó su nariz, el otro introdujo alcohol en su boca una vez que ella se vio forzada a abrirla para respirar. Sometida por uno de los hombres, este la llevó a la parte trasera de un auto, la golpeó repetidamente para que no perdiera el conocimiento “te quiero despierta” le dijo el atacante quien huyó del lugar tras perpetuar la violación. Fue en ese momento cuando Clement Soth, un trabajador del estacionamiento lo reconoció: se trataba de David Ross, un ejecutivo de 36 años.
Douglas fue llevada al Culver City Community Hospital, al otro lado de la calle del estudio, cuyos fondos dependían casi en su totalidad de la MGM. El Dr. Edward Lindquist ordenó que le dieran una ducha eliminando cualquier evidencia antes de examinarla; en su reporte, Lindquist dudaba del presunto ataque sexual.
Sin embargo, Patricia Douglas decidió no guardar silencio y un mes después de lo ocurrido demandó a Ross convirtiéndose en la primera mujer en vincular un poderoso estudio de Hollywood con un caso de violación; aunque nunca consiguió lo que ella buscaba: justicia.
La prensa antes del #MeToo
Habían cuatro departamentos de policía separados representados en la fiesta esa noche: el Departamento de Policía de Los Ángeles, la Policía del Estado, la Policía de Culver City y la propia policía y vigilantes privados de la MGM. Ninguno de ellos presentó un informe sobre la violación. La directiva del estudio se encargó de persuadir a algunas de las jóvenes que asistieron a la fiesta para describir a Douglas como “borracha” o “facilona” y crear una falsa reputación que no le favoreció en público. Incluso los medio reflejaban la noticia como “acoso” o “asalto”, nunca se uso el término “violación”. Pero sin duda lo peor llegó cuando le pagaron a Mildred Mitchell para que sostuviera todas las mentiras dichas sobre su hija. Cuando Soth fue llamado a declarar, dijo que la contextura física del presunto atacante no coincidía con la de Ross (años después las hijas de Soth confesaron que la Metro le ofreció “el cargo que quisiera” a cambio de su colaboración). Y de las 120 asistentes, solo 2 jóvenes declararon a favor de Douglas.
El caso fue desestimado en lo que fue una de las peores jugadas de la industria.
La chica 27
El consuelo de Douglas fue haber inspirado a la cantante Eloise Spann, a hablar sobre su violación por otro ejecutivo de MGM. Aunque lamentablemente su caso también fue mal manejado y nunca recibió justicia. Ella dejó de cantar, sufrió de depresión y murió por suicidio muchos años después. Por su parte Patricia lidió con insomnio, depresión, agorafobia y aislamiento durante muchos años.
El devastador relato de Patricia solo salió a la luz cuando David Stenn estaba investigando su biografía de Jean Harlow, Bombshell: The Life and Death of Jean Harlow (1993). La misma semana que Harlow murió en 1937, la historia de Patricia Douglas llegó a los periódicos, pero después de eso, desapareció. Girl 27 y la inversión de David en su experiencia le permitieron a Patricia ser realmente escuchada y creída por primera vez, más de sesenta y cinco años después.
En 2017, diez años después de su estreno en cines y en pleno apogeo del #MeToo, Jessica Chastain reivindicó el documental Girl 27 y lo calificó como indispensable. Es por eso que cualquier fecha es indicada para sacar a relucir la desconocida historia de una de las mujeres más valientes que se ha enfrentado a la gran industria.