El detective Cerpa llegaba a la escena del crimen, un hotel de baja reputación, de esos llamados “de mala muerte”, un edificio ya viejo pero no tan descuidado por dentro. Al entrar a la habitación 417 del cuarto piso no podía creer lo que veía; el cuerpo de una mujer completamente destrozado, irreconocible, extremidades colgando en ganchos como si se tratara de reces por toda la habitación, las vísceras regadas por el piso, las paredes bañadas de sangre, algunas todavía escurrían de tan “fresca” que estaban; la cabeza completamente aplastada, sin ojos, sin dientes, sin lengua, sin labios, sin el cerebro, parecía que había sido golpeada con un mazo varias veces, con tal de desfigurarla, estaba clavada en una lámpara de mesa con la luz encendida; la luz salía por la boca, los ojos y las fosas nasales proyectaban en el techo y en la pared una imagen realmente desgarradora.
El cerebro estaba esparcido por la cama, como si fuera un queso, estaba deshebrado y formaba la palabra: “pecar”. Los dientes habían sido usados para formar una trampa como si fuera para algún tipo de animal, la cual ya había cobrado a su víctima, el oficial Pérez. Los labios se encontraban dentro de unos frascos de ácido, para la hora en que la policía había llegado, éstos ya estaban casi completamente derretidos. Un ojo reemplazaba la perilla del baño. Los brazos no tenían manos, éstas se encontraban en dos lugares distintos; una en la repisa del baño, igual que la cabeza, parecía haber sido “machacada” con un mazo, pero no tenia uñas, estaban arrancadas y puestas en un frasco con un líquido viscoso, empezaba a tomar un tono ámbar; era formol, para ser precisos.
La otra mano estaba en la mesa, montada sobre unos cuchillos; cada dedo tenía clavado un cuchillo, como si se tratara de una película, tenía una base como de maniquí, también escurría sangre, pero los dedos, formaban una seña obscena. Los pies, estaban exactamente igual o más deformados que las manos, a cada uno le habían arrancado los dedos y los habían suplantado por bolígrafos y dardos, tenían dibujos de carácter religioso; uno con santos, el otro con demonios. Los dedos estaban en un plato con algo que parecía sangre, jugo de tomate, o salsa; parecía que el asesino los había cocinado y después se los empezó a comer, pero no había terminado el plato. Las rodillas se encontraban rotas, completamente sin rotula, el hueso estaba partido en miles de pedazos.
El tórax fue dividido en dos partes, anterior y posterior; la parte anterior había sido utilizada como tiro al blanco, colgaba de una puerta y tenía incrustados varios cuchillos, dardos y bolígrafos, en el centro se encontraba el otro ojo, atravesado por una flecha, parecía de competencia olímpica; la parte posterior fue utilizada como un lienzo de pintura; tenía la imagen de un Cristo crucificado, pintado con sangre y tinta negra, perfectamente dibujado, sin errores y se distinguía muy bien. Las ventanas también tenían sangre, a pesar de que estaban cerradas, las moscas se encontraban pegadas a ellas, parecía que podían oler la cantidad de sangre desde muy lejos, el olor a putrefacto del cuerpo que se empezaba a asentar en la habitación y el hedor de todo el formol que se había utilizado por parte del asesino.
El detective no sabía si vomitar, rechazar el caso, salir del cuarto o llorar; se quedó asombrado del sadismo con el que se había llevado a cabo tal asesinato. Realmente era una imagen repugnante, cualquiera vomitaría de tan sólo ver tal cosa. De no ser por las fotografías que dejó el asesino, jamás habría pensado que se trataba ya no de una mujer sino de una persona.
Ahora entendía porque nadie quería entrar en la habitación, y porque había agentes vomitando en otras habitaciones y en la calle, asqueados de tanta sangre. El jefe de la policía, el Capitán Saavedra había decidido asignarle la investigación, se dirigió a su automóvil, se recargó sobre él y se puso a pensar, pero no a quién a quiénes escogería para formar el equipo de investigación, pensaba en qué tan enfermo mentalmente tendría que estar un sujeto para desmembrar a una persona de esa manera y todavía tomar fotos del cómo fue el proceso del crimen, era como si quisiera que lo admiraran por la monstruosidad de su acto delictivo. Él, que era fanático de las películas de detectives, las tiras cómicas policiacas, el cine de acción y terror donde el héroe era el policía, y eso había sido uno de los motivos por los cuales se había enrolado en las filas del cuerpo policiaco; nunca había leído, visto o escuchado de un crimen tan sangriento, nunca se lo habría imaginado, aún en sus peores pesadillas.
Entró a su automóvil, colocó la llave en la ranura y encendió el motor, cambió la marcha a primera, pero justo cuando se disponía a arrancar, sonó su celular, “número desconocido”, decía el identificador de llamadas, dudó un momento en contestar, pero sabía que tenía que hacerlo, creía que el momento más horrible de su vida ya lo había visto.
-Bueno, ¿Quién habla?- dijo en tono serio un tanto altanero.
-Me llamo Jack, me dicen el destripador, y yo mate a esa mujer de la que usted va a hacer la investigación.