Voy caminando como cualquier otro día, es día laboral y me pierdo en el ir y venir de esta vida agitada, en la velocidad de los autos y la mirada distraída de la gente a mi alrededor. Acomodo mi ropa en la vitrina del aparador más cercano, ensimismada retocó mi maquillaje, suspiro y de nuevo pienso en ti.
Sigo mi trayecto apurando el paso, son más de las ocho y sé que se me ha hecho tarde. Mi andar es automático, soy parte de una rutina y el camino esta impreso en mi memoria como cualquier otra cosa. Sin saber porque me detengo en el escaparate de la joyería de la esquina y una sortija te cuela en mis pensamientos.
Mi andar se detiene pues una pareja corta mi paso, a mitad de la calle como si no existiera el resto del mundo, se funden en un beso. Mis labios cosquillean y de nuevo es por ti, por ese beso, porque mis labios extrañan a los tuyos incluso habiéndolos rozado sólo en sueños.
Llegó a mi destino y tropiezo, una mano sostiene la mía deteniendo mi caída. El contacto de tu mano con la mía me hace temblar de los pies a la cabeza erizando los vellos de mi nuca. Lentamente levanto mi cabeza, mi mirada se encuentra con la tuya y sonreímos.
Ambos sabemos que nos habíamos buscado desde hace mucho tiempo. Quizá nos habíamos encontrado en algún momento entre las carreras de este mundo tan loco; tal vez fue ahí que mis ojos y los tuyos se toparon y se grabaron en la memoria volviéndote mi más recurrente sueño. Ahora estamos aquí a diez centímetros, sin atrevernos a mover un músculo para no matar el momento.
Lo hago, te beso como cada noche, como lo anhele todo este día y lo siento, eso del amor, de lo que tanto me han contado. La electricidad recorre mi cuerpo, el mundo puede esperar, se detiene el tiempo y no puedo percibir nada más. Nada salvo tus brazos rodeándome y entonces se que no importa lo que pase, hoy se inicia algo nuevo.