5 consejos para universitarios primerizos.

Si apenas aprobaste suficientes materias en la preparatoria para poder graduarte, es difícil que encuentres razones para querer entrar a una universidad. ¿Para qué seguir aprendiendo cuando puedes empezar a divertirte desde ya? Eres joven, sal a parrandear todas las noches, vive el día a día. A fin de cuentas, para eso es que estamos aquí, para pasarla bien mientras caemos en picada hacia el oscuro abrazo de la muerte.

Al descubrir que la mayoría de actividades que consideran divertidas no son gratis, la mayoría de jóvenes suele entrar en una fase de indecisión. Los científicos la llaman «Quomodo eam quaero pecuniam» o en español: «Quiero dinero pero no se cómo conseguirlo.» Por desgracia, nuestro sofisticado mundo actual con Internet y ropa para perros requiere que nos graduemos de algo para conseguir un trabajo estable (así es como los empleadores pronuncian «aburrido»).

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En la foto: no tu

Así que, a menos que seas como yo y tu segundo apellido sea Kardashian, vas a tener que pasar por la entrada de varias universidades a lo largo de tu juventud y como sé que esto puede llegar a ser agotador, me he paseado por una de estas, cercana a mi casa, cuyo nombre me rogaron que no mencionara, para ayudarlos a entender, desde adentro, cómo funciona una universidad de verdad.

Estatus de invitación a la sesión de fotos familiar: no entregada

5 consejos para sobrevivir en la universidad

  • #5. Asiste a clases. Llegué a la entrada del lugar a las 8:33 a.m de un soleado miércoles. Me sentía libre como un perro persiguiendo un frisby. No estaba inscrito en ninguna carrera, podía escoger la que quisiera. Podría ser un médico y operar a corazón abierto, luego un abogado que argumenta tan sagaz y sensualmente que el jurado lo ovaciona de pie, evitando que su cliente inocente vaya a la cárcel. En la tarde tarde quizá podré cumplir mi sueño más remoto y convertirme en jardinero profesional.

No sabía a donde dirigirme en el inmenso campus. Le pregunte dónde quedaba la facultad de jardinería a una muchacha rubia con cara amigable. Por alguna razón intentó engañarme diciéndome que no existía, «Imposible—le respondí—¿entonces cómo los jardines están tan impecablemente cuidados?» Me miró algo incómoda al saber que había descubierto su engaño y señaló un edificio blanco con una fuente enfrente.

Hora de jardinear.

Crucé el hermoso umbral de la construcción y me topé con pasillos llenos de estudiantes conversando, algunos sentados en el piso y otros caminando. Me alegré por el hecho de que tanta gente compartiera mi afición, hasta tenían laboratorios y científicos en bata. Muy impresionante.

Entré a un salón espacioso con ventanas amplias que daban a un jardín coloreado de verde pálido. Los estudiantes tomaban apuntes furiosamente mientras me sentaba en un pupitre en la primera fila. El profesor explicaba la estructura de una célula y mis camaradas jardineros parecían comprender a la perfección. Supuse que esto se debía a que habían asistido a las demás clases y se familiarizaron con la teoría.

Salí del aula decepcionado por la falta de enfoque práctico en la enseñanza y me prometí asistir a más clases en el futuro para no sentirme como un idiota de nuevo.

  • #4. Conoce tu universidad como a tí mismo. Eran las 9:29 a.m. Salí del edificio níveo acompañado por las conversaciones incomprensibles de otros estudiantes. Demostrando que lo que creí que era mi pasión apenas calificaba como afición.

Sequé la solitaria lágrima que corría por mi mejilla izquierda mientras volvía los ojos al cielo que estaba empezando a nublarse. Seguí caminando en línea recta y me encontré con un pequeño edificio color gris, al que me sentí atraído como un perro a… no, perro otra vez no. Como un gato hacia un láser rojo. Si, así está mejor.

«Entregame el maldito punto rojo.»

Un grupo de gente rodeaba a dos personas envueltas en un tipo de debate. Discutían acerca de qué color iban a pintar el cafetín. El de la izquierda argumentaba que el color blanco le daría un aire de neutralidad y pureza en el que cualquiera podría proyectar el color que quisiera. El de la derecha sugería usar el color rojo, porque su facultad de ciencias políticas no era conocida y así se harían notar. Este último tenía una barba larga y blanca, por lo que asumí que debía tener razón.

Me alejé del calor de la situación por otra puerta. Vagué un rato hasta que noté a un grupo de monjes budistas meditando y recitando sus mantras sobre el cemento del pasillo. Esto fue suficiente para darme cuenta que otra vez estaba perdido.

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Cortar el presupuesto para letreros de señalización no es siempre una buena idea.

Eran las 10:47 a.m cuando le pregunté a un caminante cómo podía retomar mi camino hacia la diversión universitaria. Me dio indicaciones complicadas que no entendí por lo que me propuse a caminar en la dirección que me señaló e improvisar desde ahí. Luego de pocas horas en la universidad, ya había aprendido a pensar críticamente y a valerme por mí mismo.

  • #3. No confíes en extraños. Los consejos que dan los padres siempre están cargados de mentiras. Cómo confiar en personas que inventaron a Santa Claus, al Ratón Perez y al Coco para poder manipularnos de las maneras que les diera la gana. Todo lo que salga de sus bocas debe ser tan verdadero como un árbol morado con alas manejando un carruaje impulsado por dragones de hielo que vomitan billetes de lotería ganadores.

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O al menos esto era lo que pensaba a las 11:23 a.m de un miércoles. Caminando con un ambiguo rumbo me topé con una extensión de grama y árboles. Como en cualquier universidad, donde hay grama y árboles, hay hippies, y donde hay hippies hay guitarras:

Venn

Me recosté junto a un árbol, cercano a un grupo de espíritus libres, mientras la suave brisa anunciaba la inminente llovizna que caería ese día. Mis nuevos amigos estaban envueltos en una especie de juego pagano que consistía en patear un pedazo de tela, relleno con lo que parecían ser granos de algún tipo. Fui invitado a participar pero me negué, ya que estaba anotando sus actitudes en mi pequeño cuaderno.

Tanta grama para ser podada, tan poco tiempo.

A la distancia observé a un hombre con una capucha apoyado con estilo en un árbol alto. Pensé que podría ser un estudiante de meteorología por su conveniente escogencia de ropa y noté que, sospechosamente, los hippies se acercaban a él uno por uno, charlaban un rato y luego le entregaban algo de dinero, supuse que como pago por su excelente compañía, conversación o quizás era experto en dar consejos. Me le acerqué para comprobarlo por mí mismo. Eran las 12:17 p.m y todavía tenía la tarde entera para seguir descubriendo las maravillas del estudio.

Lo felicité por su elección de vestimenta a lo que respondió un confundido «gracias». Noté que sus ojos estaban tan rojos como la piel de Satán. Luego le pregunté cómo hacía para agradarle tanto a la gente que hasta le pagaban por su compañía. Para mi sorpresa se asustó bastante y me preguntó: «¿Qué sabes? ¿Qué has escuchado?» A lo que respondí: «¿Qué?»

Como una gacela en peligro salió corriendo hacia unos arbustos a una velocidad inhumana. Al desaparecer entre los matorrales se escuchó un golpe seco seguido de un grito. Dándome cuenta de que el sujeto debía estar bastante confundido, corrí a su auxilio.

  • #2. Nunca socorras a un herido. Detrás de esos inocentes arbustos había un precipicio bastante alto, pero lo suficientemente evidente para que solo un idiota se pudiera resbalar. Mi nervioso amigo yacía tendido en el suelo quejándose del dolor. Bajé a ayudarlo. Mis compañeros hippies se entristeserían demasiado si su extraño amigo no volvía y entonces ¿quién cuidaría de las plantas?. No, esto era demasiado importante, mi misión era proteger la felicidad de los hippies para que la naturaleza de la universidad no pereciera con ellos.

Cuando traté de ayudarlo, mi ex-posible-amigo me echó la culpa de su caída, alegando que lo había confundido con mis trucos mentales jedi, quizás esas no fueron las palabras que usó, pero ustedes entienden. Mientras debatíamos entre los alaridos de dolor del desconocido, unos hombres con capuchas salieron de entre unas plantas altas.

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Empecé a sospechar que me estaba mezclando con las personas equivocadas.

El herido no tardó en gritar que yo era el causante de su hilarante caída. Los sujetos no parecieron prestarle atención hasta que mintió diciendo que lo interrogué acerca de sus «negocios». Los dos gigantes voltearon sus caras hacia mi al mismo tiempo y comenzaron a acorralarme e interrogarme diciendo: «¿Qué sabes? ¿Quién te lo dijo? ¿Cómo nos encontraste? ¿Eres policía encubierto?» Al no gustarme el rumbo que estaba tomando el asunto hice lo que cualquier hombre, moderadamente valiente hubiera hecho en mi situación.

  • #1. ¡Corre!. Como personas del siglo XXI, podríamos estar inclinados a pensar que correr ya no es necesario para vivir. Con la existencia de autos, aviones, y del transporte público en general, ya no hay necesidad de andar cansándose por ahí, manchando nuestros trajes de fluidos asquerosos como el sudor y la verguenza de tratar de reparar nuestra impuntualidad usando nuestras dos piernas en vez de crearnos un horario o poner una alarma en las mañanas. Pero como ya hemos aprendido antes, es mejor disparar primero y preguntar después.

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No esperé un segundo más, encaré a ambos imbéciles y los driblé con un simple engaño hacia la izquierda como si fueran dos conos de práctica inmensos. Giré hacia la izquierda para volver a la zona hippie, desde ahí sabría hacia donde huir. Podía sentir la respiración de mis perseguidores a centímetros de mi retaguardia, no podía parar y tenía miedo de mirar atrás.

Fui tumbando botes de basura para ralentizar a mis enemigos, no pareció funcionar. Sus torpes pasos todavía se escuchaban muy cercanos. Veía la salida de lejos pero ya no podía más.

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Si tuviera mis patines, todo habría terminado pronto.

Me aproximaba a un cruce de automóviles, sabía en mi interior que este era el momento de perderlos. Pero para tener éxito iba a tener que poner en peligro mi físico.

Un auto se aproximaba a velocidad moderada, no me había visto. Corrí lo más rápido que pude. Mi cuerpo entero entró en pánico. Pulmones fallando, piernas a reventar, sudor saliendo por los ojos. Imaginaba a pequeñas personas en mi cabeza, con diminutos cascos de obrero, instalando medidas de seguridad, corriendo de un lado al otro y preparándose para lo peor.

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«No podré llegar a cenar esta noche, Karen. El idiota corrió más de cien metros.»

Mi peor enemigo siempre ha sido dudar demasiado. Hablar o no hablar, ir o no ir, taclear o no taclear, nunca he sabido con seguridad qué hacer en muchas situaciones. Y creí que esta vez sería igual, pero iba tan rápido que se me olvidó. Recuerdo estar pensando esto cuando…

No esta vez.

Esquivé al vehículo por centímetros. Sentí que me había rozado pero supuse que estaba exagerando. Mis perseguidores se detuvieron en seco. Lo que me dió chance para escapar definitivamente. Tenía la parada de autobus justo al frente, seguí corriendo hasta alcanzarla en el momento que se detenía uno de los transportes. Me apresuré hacia la puerta y me agarré de un tubo para no caer. Cuando las ruedas volvieron a rodar ya era libre.

Mis enemigos aceptaron la derrota.

Como lo sospechaba, la universidad es un asco. Nadie es bienvenido y cada uno se vale por sí solo. Pero por lo menos aprendí una cosa, no debo volver a correr nunca más.

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