A unos cuantos días de que se celebre una marcha más del Orgullo LGBTT en la Ciudad de México, y entre ánimos desatados por gritos futboleros calificados como homófobos e intolerantes, el ambiente general de la sociedad así como sus opiniones se encuentran divididos en el tema al respeto a la diversidad, pero también a la libertad de expresión.
México es un país cuyo desarrollo en ciertos temas se ha visto estancado por la poca visión, pero sobre todo mojigatería de nuestros dirigentes. Y no digo que la población sea abierta y receptiva, pero sí una que se deja llevar por lo que le pintan en la tele. Pero no sólo en cuanto a tolerancia y respeto hacia las personas con orientaciones sexuales diferentes a la hetero, tomemos en cuenta que hay cientos de poblados en nuestro país en los cuales se sigue cambiando a las niñas por ganado o dinero, donde no se le permite a las mujeres expresar su opinión o donde tener tatuajes es un motivo para que no te den un trabajo o no se te permita donar sangre.
Si bien es cierto que la capital del país es hasta cierto punto un ejemplo de aceptación e integración, que estableció leyes de convivencia sin importar el sexo de los que firman, que ha legalizado el aborto y le ha convertido en una opción viable para las mujeres que tomen la decisión de practicarlo y un montón de cosas más que aquellos más conservadores consideran decisiones gubernamentales «populacheras», los problemas en cuanto a discriminación, intolerancia y segregación siguen teniendo su raíz en los hogares de cada una de las familias mexicanas.
Porque más que el uso peyorativo o denigrante que puedan tener ciertas palabras o expresiones, es el sentido en que las personas enseñan a sus hijos a decirlas de lo que éstas irán cargadas. No es que «apoyes» a cierto grupo de individuos yendo a una marcha u ofendiéndote por las palabras dichas por alguien más, es tratar a todas las personas con el mismo respeto que esperas de ellos.
Es que no deberían luchar por sus derechos, ni defenderlos, ni pedir ser reconocidos por más de lo que debería importar: ser humano.
Les dejo esta reflexión para que la analicen y se den cuenta de que no es estar de acuerdo o en contra de ser gay, lesbiana, bisexual, transgénero, ñoño, gordo, flaco o todas las demás etiquetas que la gente se inventó, sino de respetar el derecho de un ser humano a vivir de la manera que le haga feliz.
Ahora, dime, ¿tu «tolerancia» disfraza el hecho de que sigues creyendo diferentes a esas personas?