Sus labios temblaban conforme me acercaba, estaba segura que ella ya había soñado este momento y me sentí morir. Todo lo que había deseado estaba a mi alcance en ese momento. Sí, sé que es un cliché el enamorarte de tu mejor amiga, no me importa, sólo me interesa ella.
En el fondo ella siempre lo supo, sabía que la razón de mis críticas sin sentido a cada novio que ella me presentaba eran mis celos profundos atacando desde mi interior. ¿Cómo era posible que esos perdedores, patanes y tan sin chiste pretendieran besar sus labios y acariciar su cabello? No la merecían.
Ella sabía que cada vez que tomaba su mano mi sonrisa se iluminaba, mi boca se secaba y mi pecho comenzaba a agitarse de emoción. Su sonrisa traviesa la delataba, sabía lo que provocaba en mí y sin embargo, ni ella ni yo nos atrevíamos a decir nada.
Nuestras miradas se cruzaban y eran cómplices de miles de frases calladas, ahogadas por el que dirán, por los tabús, por nuestros propios miedos. Por la educación de nuestros padres, por todo lo prohibido y ahora eran mucho más fuertes mis ganas de unirme a ella; era demasiada la corriente eléctrica que me atravesaba al posar mi mano sobre su pierna.
Por fin la tenía cerca, no hacía falta más explicación, sólo existía ese momento, existíamos nosotros. Cerré los ojos y acerqué mis labios a los suyos, mis manos se perdieron en su cuerpo, deseaba acariciar cada centímetro de ella. Éramos un solo cuerpo y al menos esa noche no necesitamos decirnos nada más, fue un pequeño mordisco en su labio inferior el que hizo que perdiéramos el control de todo.
Así, con tu cuerpo pegado al mío entendí que todo había valido la pena, que eras sólo tú lo único que había estado esperando en mi vida. Ahora sé que en ese momento comprendiste que habías gastado tu tiempo esperando que algún príncipe te hiciera suspirar, cuando en realidad princesa, sólo otra princesa te podía hacer vibrar.