Los seres humanos somos una cosa especial. Y es que yo creo que somos tan complejos y diferentes, que eso nos hace muy complicados. Somos una cosa muy especial.
Y yo no sé si es por ser mujer o por ser joven, o simplemente por ser yo, pero hay ocasiones en las que siento un tornado en mi interior; es una sensación muy desagradable y muy difícil de explicar, pero básicamente es el equivalente a sentir todo al mismo tiempo y aparentemente sin razón alguna.
Es tener ganas de hablar y nada especial que decir, es tener ganas de llorar pero ninguna lágrima que soltar, es tener ganas de gritar pero perder la voz, es tener ganas de correr hasta el fin del mundo y no encontrar tus zapatos.
Si alguna vez les ha pasado esto a ustedes, me entendieron antes de leer hasta aquí; si nunca les ha pasado, tal vez aún no me entiendan. Y afortunados ustedes si no han experimentado esta sensación porque es en verdad una molestia, pero creo que nadie que se precie de ser persona se ha podido escapar del temido torbellino de emociones. Por otra parte, una vez que todo vuelve a la normalidad llega una calma y una energía positiva que se disfruta bastante.
Si ustedes han pasado por momentos como este, seguro se sienten identificados con esa impotencia de estar enojados, molestos o tristes por motivos insignificantes o que cualquier otro día no harían gran diferencia en nuestro ánimo. Pero finalmente, el paquete de humanidad incluye cierta carga de emociones que no siempre podemos controlar en su totalidad; desafortunadamente, el manual para el manejo de las mismas se vende por separado, o lo adquieres con el paso de los años.
Mientras tanto, no queda más opción que repetirnos una y otra vez que todo está bien; porque hay que ser sinceros y aceptar que todo está en nuestro interior, somos nosotros quienes de pronto tenemos una perspectiva diferente de las cosas porque a la naturaleza se le ocurrió dotarnos con sentimientos que a veces afectan un poco la visión que tenemos de las cosas. El truco está en simplemente desconectar nuestro cerebro.
Aunque en realidad no sea tan simple, hay que hacer uso de todo el autocontrol disponible para que en el momento que tengamos el impulso de explotar, mantengamos juntos todos nuestros cachitos. Ayuda un poco el pensar que solo hay que terminar el día, que todo está en orden y que cuando se nos pasen todas esas emociones nos daremos cuenta de que esa mini explosión, el tornado y los gritos sólo pasaron en nuestro interior y a nadie más le afectaron. O al menos así debería ser.
Finalmente, una vez rebasado el momento crítico, disfrutamos mucho de la tranquilidad que nos embarga y hasta nos sentimos orgullosos de no haber armado dramas extras. El secreto es saber cuando seguir al sexto sentido y a los instintos y cuando sedar a los impulsos.
Quizá nuestros hermanos damnificados puedan tomar este artículo mucho más literalmente y probablemente justo en estos momentos no confían mucho en aquello de «la calma llega después de la tormenta»; así que olvidemos por unos instantes todos nuestros problemas y ayudemos a quienes lo han perdido todo y están muy lejos de la paz y la felicidad. Démosle un poco de nosotros a quienes lo necesitan más en estos momentos. No olviden hacer donaciones en los centros de acopio y enviar las buenas vibras.