De otro planeta

   Sus labios son poesía. Su cintura es el punto más delgado del reloj de arena, me deja perplejo; podría pasar el tiempo contando cada grano de ese fino polvillo que transita por su tersa piel. Observo su fotografía y no me queda más remedio que inventarla en un mundo de palabras; hacer de su belleza una realidad abstracta, describir el brillo de sus ojos y el rosado de sus mejillas, enloquecer lentamente al contemplar su oscuro cabello.

   No me malentienda, no se trata de una obsesión, pero usted, dama de belleza infinita, merece alcanzar la inmortalidad por medio de las letras. Y es que su atractivo es natural, no necesita del maquillaje para lucir radiante; su sensualidad es nata, pero igualmente pura. No me queda duda de su inocencia. La miel que derrama su mirada endulza los sentidos de cualquiera que cruce por su camino.

   Entiendo su nostalgia, pero no comprendo a quien fuera capaz de rechazar su compañía. Dedicaría tardes y noches en acariciar su terso cutis y en respirar el aroma de su siempre radiante melena; supongo no soy el indicado para abrazarla entre un mar de retórica, pero qué no daría con tal de que me volteara a ver, que me flechara con la coquetería que sólo su mirada posee.

   Y es que no se trata de una belleza hueca; sus conocimientos van más allá del promedio popular. En mis sueños es usted la especialista que se encarga de mi corazón. La bata blanca que la acompañará de por vida le brinda un brillo especial al avellana de sus pupilas. Y es que el encanto y personalidad los llevas en tu porte, en la seguridad con que afrontas la vida y en la elocuencia de tus palabras.

   Tu belleza es superior a la de cualquier ramo de rosas, tu nombre lo dice: de color verde esperanza; como un jardín recién podado, con el olor a frescura y un colorido único que alegra el alma. Eres poesía y magia; sencilla en tus palabras y compleja en tu composición, una especie de arte increíblemente atractiva para los simples mortales, quienes, así como yo, darían todo y poco más por robarte el aliento con un beso profundo, lento y candoroso.

   Esta noche iré a dormir con tu imagen como último recuerdo, esperando soñarme abrazando tu cintura, caminando a tu lado y recordándote lo hermosa que eres durante cada amanecer. Quizá este discurso no te resulte halagador al venir de alguien como yo, pero si algo puedo asegurarte es que no basta con que te bajen las estrellas, pues eres tan peculiar que mereces al menos un par de galaxias; y es lógico, con tal encanto es imposible creer que eres de este planeta.