Tienen razón, todos supieron verlo menos yo. Llamame tonta o ingenua pero después de tanto lanzar mi corazón al ruedo y de las heridas y desengaños me es difícil aceptar eso que para otros es tan natural y evidente: el amor. O el inicio de eso tan hermoso que toda la gente disfruta tanto y a lo que yo tanto le había huido por miedo, por sentirme incapaz de volver a entregarme por completo de una forma tan única, tan natural como respirar y que hoy ya no me importa.
Sonará loco y un tanto ridículo pero nunca pretendí que me gustaras, desde el primer momento me dije a mi misma que serías sólo un amigo. Me sermonee acerca de mi fragilidad emocional y me dije que no podía, que no estaba preparada para volverme a subir a la montaña rusa de emociones porque seguía con miedo, mareada y con raspones de la última vez y me venciste. Pudiste hacer algo que nadie había podido y en muy poco tiempo, tan simple que no me di cuenta.
Todo tiene una razón de ser y evite tanto mirarte a los ojos, sostener tu mano, que al hacerlo por primera vez sentí que me deshacia por dentro. No quieres saber lo que fue besarte porque hiciste estallar ese muro que había puesto entre mis sentimientos y tú.
Eres complicado para mí, como esos juegos matemáticos pues nunca sé lo que estás pensando, me sorprendes, me sacas de mi zona de confort y para ser totalmente honesta haces que con tu presencia una colmena zumbe en mi cerebro, miles de mariposas revoloteen en mi estómago y cientos de hormigas paseen por mi cuerpo. Es inevitable y jo puedo ni quiero negarme el placer de decirte lo que para todos es totalmente evidente: me gustas.
Lo supe en el momento en que me di cuenta que guarde el boleto de cine de ese día, en el que tomaste mi mano, en el que diste un beso, en que me dijiste que habías guardado el «beso» que te di esa noche. Me gustas y necesito que lo sepas sin importar que pase a partir de ahora, pues para mí el riesgo ha válido la pena.