Te quiero, pero…

Te quiero, pero el frío invernal me hace pensar en nuestra lejanía; tu mirada candorosa me tranquiliza un par de horas, pero se marcha durante semanas. Por las mañanas me siento a reflexionar sobre la inestabilidad de nuestro presente y la, quizá inexistencia de un futuro junto a vos. No puedo imaginarme conteniendo el llanto durante mucho tiempo más.

Y es que el sentimiento me venda los ojos; tus esporádicos chispazos de amor me son suficientes para rozar la calma. Los ramos de flores parecen insuficientes, de convierten en detalles vacíos cuando respiro tu indiferencia. La espera cada vez es mayor, de nada sirve mi insistencia; pareciera que no deseas verme. Me conformo con migajas de amor, sonrisas forzadas y caricias imaginarias.

Tus brazos ya no me rodean en automático, tus dedos ya no se entrelazan a los míos al primer contacto y tus labios ya no buscan a los míos. Mis besos sólo se dirigen a tu mejilla, único lugar que parece no incomodarte. Tengo las horas contadas cuando estoy frente a ti. Eres la persona más ocupada del mundo cuando se trata de nosotros dos. El aliento se me escapa.

Siento un hueco en el estómago y se me va el hambre; poco a poco mis ojos se empañan. Ya no sé si tu estado natural es la frialdad o sí soy incapaz de mantener viva la llama de tu amor. Tus mensajes se componen de dos letras; «Sí, o no», tus únicas respuestas. Presiento que mis letras son insuficientes para alguien como tú… O quizá soy yo el problema en general.

Al despertar te pienso, y luego me deprimo: reacción natural al saberte lejos. No tengo idea de cuál es mi papel en tu vida, pero sé bien que no se trata de un protagónico. Tendré que esperar a que el guión de nuestra historia tenga un desenlace; tal vez soy un maestro del drama y todo este recuento es producto de mi imaginación, y es que te quiero, pero…

Nostálgico poro a poro. Siempre apasionado, de decisiones precipitadas y metas quizá inalcanzables. Las letras son mi salida de emergencia ante cualquier tipo de problemas. La vida me ha orillado a un estado de pesimismo casi por automático del que sólo puedo escapar cuando mis dedos recorren la fría superficie del insensible teclado.

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