Repetí la pregunta una vez mas en mi mente y rogué que la respuesta fuera un sí. Los nervios me mataban y sentí como si me estuviese ahogando porque soñé este momento desde que te conocí, eres tú a quien espere tanto tiempo. Contigo siento paz y al mismo tiempo mi cuerpo se agita con miedo, temor a no volver a sentirme así si me llegas a faltar, pues desde el momento en que me rodearon tus brazos supe que había encontrado mi lugar, el espacio a donde pertenezco.
Contigo tengo todo lo soñado y mucho más, tu risa me transporta a lugares que no había encontrado, espacios que solo mi mente había podido crear. Y no, no es que seamos la pareja perfecta, no busco la perfección ni pretendo que tú la tengas sino que con todo y nuestros defectos y virtudes podamos aceptarnos y lograr ser mejores cada día.
Me encantas porque nunca te callas las cosas y logramos hablarlo todo en su tiempo, compartimos pasiones y respetamos nuestros gustos. Y sí, sé que nos nos decimos «te amo» a cada momento pero basta vernos a los ojos para saber que sigues siendo esa luz que me alegra mis días y eres tú con quien quiero compartir cada momento.
¿Te quieres casar conmigo? Murmuró, mientras mis pies se elevan del suelo para acelerar nuestro encuentro en el rincón de aquel café, ese donde te vi por primera vez. Ese donde tus ojos me atraparon y entendí que sin saberlo te había estado buscando, donde charlamos hasta que el lugar cerró y antes de irte tomaste mi mano para anotar el número que hoy es parte de mi memoria.
Miré la sortija en mis manos ¿te quieres casar conmigo? Susurro al viento y ya estoy en la puerta del lugar, te veo en nuestra mesa y todo tiene sentido, pierdo el miedo a todo pues eres tú quien me llena de valor. Me acercó poco a poco y sé que me has visto porque tu sonrisa ilumina el lugar, no puedo esperar más.
¿Te quieres casar conmigo?