Silueta

Antes de ir a la cama, las cenizas del cigarrillo ya se han acumulado. Como todas las noches está parado en el ventanal que da a la entrada principal de la casa, observa casi sin respirar, para que no se le vaya en el suspiro la espera de ver que regresa.

Todas las mañanas el periódico llegaba a la puerta de la casa, desde la ventana le gustaba mirarla mientras saludaba al repartidor y luego en un movimiento instantáneo levantaba la mirada y le regalaría una gran sonrisa. Iba a la cocina a prepararle el café, sabía que el olor subiría por las escaleras hasta sus fosas nasales para invitarlo a desayunar.

El cristal refleja su silueta y el humo crea un espesa nube a su alrededor, pesada en el cuerpo y en el espíritu, todos los días cambia la galería fotográfica que le aparece de tanto pensar en su sonrisa de las mañanas. Días soleados, días lluviosos camina mirándola, beben una botella de vino y la mira. Y la galería cambia al siguiente día con tardes nubladas, tardes de póker, tardes de interminables caminatas al cine.  A través de ese cristal que se empaña con las gotas de llanto mira el ayer, donde fue feliz sencillamente el momento es inolvidable y se aferra a él como un niño desvalido que no quiere mirar para otro lado.

A la hora de despertar le acariciaba las mejillas despacio, pasaba las yemas de sus dedos dibujándole flores o corazones, siempre tenía los ojos llenos de ternura. La otra mano entrelazada a la de ella, toda la noche y aún al alba.

Despierta sobresaltado con la mano cerrada apretando fuerte, pero no siente más que el viento que la roza. Busca con desesperación el calor que ya no existe. Cierra los ojos, los aprieta fuerte para volar a ese momento al despertar. Vuelve al ventanal para sosegar la tristeza, para hundirse en sus recuerdos.

Los periódicos se apilan en la entrada, los mira con desprecio y los entierra para no saber en qué día vive. No quiere saber el paso del tiempo, corta los negativos del futuro y se aleja de la realidad. El dolor es intenso y lo muerde desde las entrañas.

Tomó esas últimas páginas del papel en blanco y negro del día 18 de octubre lo envolvió y guardo ese día en la galería, como el último día de su felicidad. Cuando el ataúd cerró y se convirtió en un espectro  que vaga por sus recuerdos como alimento para vivir.

El día que se marchó hecha cenizas empezó a bocetar su silueta en la pared de la habitación, colores brillantes en su cuerpo y en el suyo tristeza, colores gris. Antes de dormir una caricia por la silueta que se dibuja en la habitación hacen de su recuerdo un alivio.

Ale Olson

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