Hay tres cosas que siempre tengo a la mano: mis lentes Prada (tomaré la banalidad como licencia en esta ocasión), un moleskine y vodka, aunque nunca he negado mis pretensiones literarias no soy formalmente un escritor; quizá por eso de entrada la lectura de “Señorita Vodka” (Tusquets, 2013) de Susana Iglesias me atrapó.
“S”, la protagonista de esta novela es un personaje entrañable, en contra de cualquier pronóstico se sumerge voluntariamente en una espiral descendente, es la mujer que en contra de convencionalismos se vuelve una teibolera, adicta al vodka y envuelta en relaciones destructivas y codependientes que la llevan de Ciudad de México a Los Ángeles y de regreso, haciendo anotaciones, escribiendo cartas a un amante que conoceremos sólo como “W”.
Una historia desenfrenada, una historia que es como la ruleta rusa, donde solo la escritura la salva, donde la violencia, el sexo, el alcohol, los tugurios y eventualmente el amor se hacen presentes.
Escrita con un lenguaje que va de lo vulgar a lo poético, Susana Iglesias nos entrega un trabajo crudo y honesto, este libro es como una resaca, donde las cosas que hiciste durante una noche de borrachera, lo que disfrutaste o te dolió, la diversión y los traspiés se presentan de golpe al despertar.
Hay un erotismo presente siempre en la contemplación que se hace de los amantes que desfilan en el andar de “S”. También hay cierto aire de novela negra en algunos pasajes donde un policía será la mano justiciera y el instrumento de venganza de ella.
Desde los congales de mala nota, hasta los bares californianos, entre amantes de ocasión y un imposible hombre perfecto, “S” recorre el camino que eligió, a pesar de los reveses que se le van presentado, sin estoicismo, sólo viviendo.
Esta es una novela que se antoja para leerse en un atardecer de playa, o en la penumbra de un cuarto de hotel de paso, siempre con un vodka tonic en mano.