Ayer me encontraba en un centro comercial y lo único que llamaba la atención, apostado justo en la entrada, era un gigante árbol de Navidad. Es como si los invitara a los XV de mi hija que aún no nace.
Sentí el desconcierto y la indignación correr por mis venas, mientras me caía un balde de agua fía al aceptar que ese árbol no estaba ahí por mera casualidad ni era dudoso su éxito. Año tras año podemos comprobar que la estrategia funciona.
Hace unos años este artículo pudo haber girado en torno a cómo nos hemos vuelto una sociedad consumista, a si las tradiciones han perdido su verdadero significado, a lo materiales que somos hoy en día. Pero eso ya no tiene caso ni surte efecto. Somos lo que somos, lo sabemos y estamos de acuerdo con ello. Carece de sentido, aunque quizá nunca esté de más, la creación de conciencia y el intentar llevar a la reflexión sobre el rumbo que nuestra raza está tomando.
Será por eso que hoy prefiero preguntar, ¿en qué radica eso que hoy llamamos humanidad? Más allá de lo que la ciencia dice que nos distingue de los animales, más allá de cómo un psicólogo diría que funciona la mente del hombre, más allá de lo que la religión castiga y aprueba… ¿Qué y quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí?
Y es que las generaciones más viejas se decepcionan mucho de las nuevas porque “ya no los hacen como antes”; no muchos se ponen a pensar que también sus antepasados se sorprendieron cuando los vieron crecer y se decepcionaron porque ya no se parecían a ellos ni a lo que les habían enseñado.
Pero así como individualmente tenemos una línea de desarrollo y un ciclo de vida, lo más lógico sería pensar que todo aquello que esté vivo también cuanta con sus propios periodos de evolución, promoción válida para individuos y colectivos.
Es válido preocuparse y entristecerse porque parece que cada vez estamos más en el hoyo, porque no se ve cercano el día en el que tomemos conciencia sobre todo el daño que hemos causado y porque ya no sólo parece inminente, sino incluso necesario ese algo que nos dé la sacudida de la Historia para volver a empezar y enmendar lo que se pueda.
Pero también es válido que de vez en cuando consideren que tal vez, y sólo tal vez, es inevitable que poco a poco vayamos descendiendo, que lo notemos hasta que la caída es en picada y justo al llegar fondo lo único que quede por hacer es recorrer el camino hacia arriba.
Así como poco a poco la Navidad empezó a significar regalos y nada más, ojalá un día vuelva a ser una tradición ajena e independiente en lo posible al dinero. Ojalá que algún día vivamos día por día y disfrutemos momento por momento, sin prepararnos para la festividad del mes que viene y dedicándonos a lo que tenemos enfrente.