En algún lugar de la India caminó un elefante cuyos pasos no fueron imponentes ni hicieron los suelos sacudirse de una manera notable. Aun cuando los elefantes en la India no son tan grandes o pesados en comparación con los africanos, la escualidez de nuestro amigo no pasaba desapercibida.
Él su trompa poco sonaba, sus orejas y su cola poco agitaba, mas jamás lucía triste, no al verlo; sin embargo, para algunos, una melancolía de cierta manera oculta invadía la imagen de tal elefante cuando se describía o se pensaba tal a detalle. Como si sólo en quien lo veía estuviese tal sentimiento, o como si se generara el recuerdo del elefante ligado a sentimientos distintos a los que su presencia, en raras ocasiones de verdad notable, provocaba.
Entonces podría decirse que nuestro paquidermo no era recordado; no, más bien era recreado, terminaba por transformarse en un elefante imaginario. O quizá sólo al pensar en él aquellos que solían observarle se percataban de la presencia de su tristeza. No es algo que sabremos ni siquiera cuando la etología deje de ser una ciencia tan virgen como ahora podría considerarse.
Ya no puedo asegurarles algo, ni puedo decirles “debieron haber estado ahí” para argumentar a favor de la presencia o de la ausencia de depresión alguna en el elefante. Mas me aventuraré a decirles lo siguiente: no estaba triste en lo absoluto.
El pequeño, pero maduro paquidermo daba la impresión de disfrutar un poco de sentarse a observar. Su rutina tal era, caminar, sentarse, y observar; comer quizá, aunque jamás se le veía buscar qué consumir, salvo agua, como jamás se le veía triste.
En ocasiones veía a los demás elefantes; observaba como si poseyera curiosidad, ¿habrá sabido que él era un elefante pero era diferente? O ¿habría pensado ser algo más? Quizá haya sabido que paquidermo era, pero habría pensado que los demás eran los diferentes. O quizá en ningún momento se percató de que era diferente.
Fuente de imagen: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Indian-Elephant-444.jpg