Esa tarde sus ojos tenían un brillo especial, me parecían mucho más expresivos que de costumbre. Nos recargamos durante un par de minutos en un sillón, nos miramos a los ojos, unimos nuestros labios durante un par de segundos y de pronto aparecieron las palabras que aún giran por mi cabeza.»Dante, te amo», dijo en voz baja. Mi alma se estremeció.
Desde que todo comenzó supe que se trataba de una historia diferente. No quisiera caer en lugares comunes ni en cantares conocidos, pero su madurez me dejó perplejo. De la nada una chispa de afecto reavivó el fuego de mi vida amorosa; si algo quisiera agradecerle es la manera tan discreta en que se infiltró en mi pensar, no me permitió negarle la entrada y hoy me tiene acariciando estrellas.
Sabía que las cosas marchaban bien, su compañía aderezaba a la perfección cada uno de mis días; de pronto lo imposible dejó de serlo y mi corazón la adoptó con un fervor que hace años no ocurría. Su blanca piel contrastaba con mi tono canela, pero nunca fue impedimento para generar electricidad en cada caricia. Lo nuestro ya era magia pura.
Su risa marcaba el compás de mis latidos, y su voz… Su melodiosa voz aún me transporta a universos jamás explorados por el hombre. Esa mujer tenía el don de alterar el tiempo y el espacio. El mundo detenía su inclemente andar cuando cruzábamos un par de palabras. De pronto ella convertía una tarde soleada en la más fría de las noches: pretexto ideal para un abrazo sincero.
Juro que me tomó por sorpresa. Bajé la guardia por un segundo, me tomé un respiro, y cuando abrí los ojos, ella estaba frente a mí. No había ni medio metro de distancia entre ambos: sólo faltaba cerrar el trato. Creo que nuestras almas ya habían dado el primer paso, pero la valentía nunca ha sido mi fuerte. Respiré hondo, la tomé por la cintura e inauguré oficialmente un nuevo capítulo de mi vida amorosa.
Nos dijimos todo sin palabra alguna. Nos besamos; más bien, la besé, pero no parecía incomodarle. «¿Le gustaré?, ¿Qué ocurrirá cuando nuestra saliva termine de fusionarse?», mi cerebro iniciaba el mecanismo de autodefensa y millones de preguntas se formularon en cuestión de segundos. Afortunadamente, sin que se lo pidiera, ella resolvió cada acertijo. A partir de ese momento, de esa tarde, nada volvió a ser igual.
Hoy puedo decir que he abandonado el egoísmo. Ese tímido «te amo» que con total honestidad me regaló bastó para que cancelara mi suscripción al club de los egoístas. Es ella la mujer que me roba el aliento, aquella que fue capaz de devolverme la fe y las ganas de amar. Es ella la más hermosa musa de mi inspiración nocturna; la protagonista una historia de amor que espero no tenga punto y final.