La pista me recibió con los brazos abiertos, como los viejos amigos cuando han dejado de verse un rato, se reúnen y nada ha cambiado, el tiempo no ha pasado. En esos momentos uno se funde con el lugar y forma parte de un universo donde todo es atemporal, los instantes toman la propiedad de eternidad.
Me da seguridad ir a ese lugar, pues no importa lo que viva, lo que pase y lo mucho que las cosas cambien, ese lugar se mantiene intacto, siempre seguro, me recuerda quién soy y quién quiero llegar a ser . Si a veces me pierdo, como a veces suele pasarle al ser humano, sólo necesito vestirme y estar ahí por la mañana, sólo eso. El lugar se encarga del resto, ahí todo es como siempre ha sido, casi todos corren, unos caminan, están los que llevan de paseo a su perro o los que van esquivando gente al volante de su bicicleta.
No faltan las caras conocidas, los ojos que se alegran cuando te ven regresar ahí, te saludan, te gritan y todos, sin falta, te alientan con el «¡vamos, ya mero!», acompañado de una sincera sonrisa.
Aún recuerdo cuando hace dos años llegué ahí con la idea de caminar, no podía correr ni 3 cuadras sin que me faltara el aire, así que decidí buscar una mejor forma de vivir, no sabía que lo que encontraría ahí cambiaría mi vida para siempre, sería el inicio de una transformación que hoy en día continúa para mi completa fortuna.
Yo los miraba correr con una admiración profunda, con anhelo, con ansias de que llegara el día en que yo pudiera hacer lo mismo. Comencé, andando los kilómetros que mi tiempo y mi respiración me permitían, y así continué por muchas semanas, siempre anhelando que llegara el momento de levantar las piernas y correr, igual que un pequeño añora dejar las rueditas de la bicicleta, así mi mente renacida soñaba con recorrer largas distancias a toda velocidad.
Y un día lo hice realidad, sentí el aire fresco golpear mi rostro, sentí mis piernas moverse solas, como ruedas de ferrocarril, en cada zancada probaba la libertad, mi corazón latía tan fuerte que era lo único que podía escuchar…eso y una voz dentro de mí que decía: “tú puedes, lo estás logrando, eres parte del todo en este momento…”
Hasta el día de hoy tengo grabada esa sensación en lo más profundo de mi mente, la llevo tatuada en la piel y estoy convencida de que esa señal me llevará a un lugar más alto, en donde cada vez me acerque más a la mujer que quiero ser y por la que cada día lucho en construir.
A todos los que me leen y que se hayan sentido identificados con esto, les digo: Ahí en el correr, tenemos un mundo hermoso, una disciplina maravillosa que está inmersa en el ir y venir de cada día. Si alguna vez la rutina nos absorbe, nos hipnotiza o nos roba la alegría, no dudemos en calzarnos nuestros tenis y pararnos en la pista una mañana, una tarde o una noche, no importa la hora; ella nos esperará con los brazos abiertos para recordarnos quiénes somos y mostrarnos el camino hacia adelante, guiados por nuestras más profundas y sinceras emociones. Y a quienes aún no lo experimentan, los invito a probar una vida nueva donde la libertad es un vicio imposible de dejar.
¡Que tengan un excelente día y hasta la próxima!
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Que bonito lo describes. Lástima que yo ya no pueda tener esa experiencia! Tengo prohibido correr.
Muchas gracias, siento mucho que no tengas la oportunidad de hacerlo, pero creo que a veces es importante tomar las decisiones correctas, aunque nos parezcan muy duras, el resultado lo vale. Primero que nada está la salud y la calidad de vida, y en ocasiones el sacrificio de una experiencia representa el bienestar de tu integridad, y en esos casos no hay ni qué pensarle. Hay muchas formas de disfrutar la vida, y una de ellas es con salud y amor, como lo es tu caso. Muchas gracias por leer y dejar tu comentario. ¡Un abrazo!
Muy motivador amiga !!!
Sí, amiga; así lo siento yo también ¡muchas gracias!