Dicen que todos explotamos en algún punto, nos llega una señal que nos deja reflexionar cómo estamos viviendo nuestras vidas y nos cuestionamos si lo que vivimos realmente es lo que deseamos o planeamos en algún momento. Así ocurre y sin más sabemos a dónde dirigir nuestros pasos y cómo llegar a nuestras metas, sabemos que sin importar que ocurra nuestra vida a partir de ese momento será mucho mejor de lo que es ahora.
La princesa no sabía qué hacer, si continuar en ese castillo en donde había pasado toda su vida mirando a la ventana e imaginando que habría más allá o finalmente casarse como estaba planeado desde su nacimiento. No sabía que existía otra opción, siempre se le había dicho que las buenas chicas son calladas y obedientes, no protestan y su deber es ir aliñadas y perfectas. Sabía que su destino estaba ligado a ser salvada de aquella torre custodiada por numerosos monstruos donde permanecía desde los 16, nadie había llegado aún.
Por eso no dudo cuando aquel gallardo príncipe llego a su rescate, derrotando a todos los monstruos la tomo de la cintura sin siquiera presentarse y le robo su primer beso sin mediar palabra, la subió a su corcel y la llevo a su castillo diciéndole que la boda estaría lista por la mañana. Nunca le pidió matrimonio o la miró con ternura como habían dicho que sería.
Así pasaron algunos años y la princesa se encontraba cada vez más apagada, tenía sexo porque era deber, lo besaba y abrazaba en las galas porque era lo que tenía que hacer y una vez sin invitados el príncipe se retiraba a sus aposentos y la dejaba irse a su habitación sin decirle nada. Le hablaba cuando la necesitaba en su cama o cuando debía acompañarlo a alguna cena y lucirla como trofeo. Sabía que no era feliz y no estaba segura si debía serlo.
Fue un día común mientras se arreglaba para otra gala que sin saber muy bien porque decidió mirar por la ventana, una joven bailaba sola en un kiosco y con sus brazos simulaba una pareja, sus pies se movían ágiles y su cabellera danzaba con el viento; portaba un vestido sencillo, azul como cielo e iba descalza. Seguramente una de las chicas de la limpieza, pensó. Se perdió en aquella danza y en su sonrisa, envidiaba lo feliz que se veía.
De pronto, recordó cuando ella tendría poco menos de la edad que aparentaba la joven y lo mucho que le gustaba reír. Cuanto disfrutaba sus baños de sol y las caminatas por el jardín del castillo de sus padres, recordó que se sentía única, hermosa, independiente y segura; también recordó las palabras de sus padres cuando la dejaron en aquella torre, su madre especialmente había insistido en que ella no era capaz de nada sin haber encontrado a su príncipe.
En realidad ella nunca había deseado casarse, deseaba ser libre, ser ella misma, dejar de lado las apariencias y sentirse especial, no porque un príncipe lo dijera, sino porque ella sabía de lo que era capaz. Tomó una maleta y coloco las pocas cosas que ella tenía, todo lo que él había comprado para ella lo dejo acomodado en su lugar, garabateo una nota, lanzó una cuerda por su ventana y bajo con cuidado. Entonces, la princesa corrió hasta saltar la reja del castillo y por primera vez en mucho tiempo se sintió libre, aun si no tenía un rumbo fijo y no sabía a dónde iría… por primera vez se había salvado a sí misma.