El…

El…

Es un puñado de palabras que lleva por caminos indescifrables. Las hojas vuelan como pájaros que emigran hacia tierras lejanas, en blanco, luego con manchas negras, luego son como un hormiguero que hierve en ella, de pronto, la negrura de los trazos. Cuando le va bien a la hoja, claro y con suerte, puede experimentar ese sudor que escurre de la frente del que está sentado frente a ella. Otras veces sólo puede sentir la desesperación y frustración regodeándose porque no hay señal, no hay trazo, no hay una letra de molde, manuscrita, ovalada, redonda o cualquier trazo derramado en su pulpa. Hay días que un torrente de lágrimas escurren la tinta negra, roja, azul, morada o la que tiene a la mano el espíritu letrado, sí, esa mano (del hombre que no desiste), conectada en tres puntos por un bolígrafo: hoja, corazón y cerebro. Otros días esa mano está muy enardecida y entonces, convierte a su personaje en un asesino a sangre fría, en otro momento está tan emocionada que se desbordan ráfagas de imágenes alucinantes para el acto de amar, hay siempre alguien diferente que se pasea por este camino y es que la mano, al lado de los tres puntos de conexión, puede ser el escultor de ese hombre, mujer, perro o lo que sea que quiera. Por las cuatro esquinas del cuadrilátero blanquizco han pasado o/y paseado doncellas, bailarinas, prostitutas, travestís y cualquier cantidad de personajes que puedas mencionar o imaginar. Y ella, la imaginación, es la fuente de donde brota él. Esos rostros palpitantes que han estado encerrados en un cuadrado pero que a la vez han viajado, soñado, visto paisajes espectaculares de un colorido brillante. Él puede viajar por el cuerpo humano, por las sensaciones y los sentimientos que son profundamente significativos, pero siempre que sean significativos. Hoy precisamente, Guillermo Fadanelli me dijo en un sin fin de palabras, con una extensión de más páginas de las que tendría él, que:  “no encuentro en la literatura ninguna teoría de la justicia, sino actos o relatos de actos que nos conmueven, sea porque los consideramos nocivos en la realidad o porque sabemos que son o pueden ser verdaderos en cuanto están latentes en la vida cotidiana de cada uno de los lectores” Y los lectores somos espectadores en un coliseo plagado de imágenes bellas, de imágenes que marcan el comienzo, el nudo y el desenlace de la historia más romántica, cruel, fantástica o de aventura que se plasma sobre la compañera inseparable, blanca pero no transparente. La relación con la hoja es intensa, marcada e inseparable.  Esta noche yo que estoy sentado frente a esa dama blanca, intento construir ese puñado con las condiciones básicas. Sin embargo, hoy la frustración, la hoja en blanco (me gustaría dar una imagen menos trillada pero hoy no, ya será después) y la mente en blanco sólo pude ir viajando en los participantes de mis viajes por las noches, los días y las madrugadas de inspiración. Pero no, hoy no es el día en que el, aparece; porque hoy el puñado de palabras no quiso salir a pasear, posar o pasar por aquí, los personajes se fueron a dormir y los escenarios tienen telones, las hojas siguen blanquizcas y la imaginación se quedó dormida, la mano se cansó de esperar, la tinta está seca y ahora la madrugada me habla para ir a la cama. El…CUENTO que aún no empieza, ni termina, ese que hoy no se quiso escribir.

 

Ale Olson