La nueva película de Martin Scorsese, El Irlandés (The Irishman; 2019), es la muestra más reciente de que Netflix no está acabando con el cine, lo está salvando. Es cierto que al tener acceso a las películas en casa, en el parque o en un avión, la gente no siente necesidad de ir a una sala de cine lo que atañe directamente la experiencia. Pero por otra parte, aunque la plataforma de luz verde a bodrios como The Dirt (2019), también ha distribuido películas independientes que jamás llegarían a salas de cine internacionales (Mudbound; Dee Rees, 2017), y ha producido películas que grandes estudios han rechazado (Roma; Alfonso Cuarón, 2018). Este último es el caso de lo más reciente de Scorsese que, tal como él mismo ha dicho, recurrió a Netflix “por desesperación”.
Producir Silencio (2016) ya había sido una experiencia amarga. A pesar de su laureada carrera de más de medio siglo y de venir de dirigir El Lobo de Wall Street (2014), una de las mejores cintas de su carrera, los grandes estudios no querían desembolsar dinero en un drama jesuita de tres horas. Y con razón. La película, a pesar de ser una obra impecable sobre la fe y el autodescubrimiento, pasó sin pena ni gloria por la taquilla. Paramount, el estudio productor y sus homólogos, salieron despavoridos cuando el director regresó para dirigir otro drama de tres horas, esta vez sobre un mafioso de Pensilvania. Lo cual no es ninguna sorpresa. Aunque los grandes estudios estén de acuerdo en aprobar 100 millones de dólares para cada remake de blockbuster (que nadie ha pedido), los dramas adultos cada vez tienen más problemas para ser financiados.
Aunque a muchos no les cueste reconocerlo, gracias a Netflix, que dispuso de unos 100 millones de dólares para la película, hemos podido disfrutar de El Irlandés, la obra más reciente de Martin Scorsese, que lo regresa al mundo de la mafia (que lo inspiró para dirigir grandes cintas como Casino y Goodfellas) y que absorbe el ritmo de sus películas más recientes.
¿De qué trata la película El Irlandés?
The Irishman está basada en el libro de Charles Brandt, The Irishman: I Heard You Paint Houses, una especie de biografía de Frank Sheeran (Robert De Niro), un ex-militar irlandés que, bajo el ala de Russell Bufalino (Joe Pesci), cabeza de la mafia italiana en Pensilvania, acabó como sindicalista de día y sicario de noche.
El relato de casi cuatro horas, sobre la traición y la confianza, está narrado desde la perspectiva de Sheeran “un narrador poco confiable” y abarca temas como los conflictos económicos y políticos que marcaron la década de los sesenta -los conflictos entre Estados Unidos y Cuba, la presunta vinculación de la mafia con la elección de John F. Kennedy- y la estrecha relación de este con el sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino).
Un relato lento pero intenso
El fondo de la película recuerda inmediatamente a los trabajos más icónicos de Scorsese a finales del siglo pasado. Uno de los Nuestros y Casino conforman la cúspide del cine sobre la mafia que han inspirado docenas de trabajos a manos de otros directores. Pero en esta ocasión el director ha optado por alimentarse del estilo y narrativa de sus trabajos más recientes para dar forma a la película. El Irlandés cuenta con un ritmo pausado que marcó el estilo de Silencio; en tres horas y cuarenta minutos, Scorsese logra construir tres actos donde introduce y moldea a todos los personajes en servicio de la historia que abarca casi cuarenta años y un clímax potente. A su vez cada escena es elevada con míticos diálogos cargados de líneas punzantes y el humor negro que recuerda directamente a El Lobo de Wall Street.
Steve Zallian (ganador del Oscar por La Lista de Schindler) firma un guión que inteligentemente sabe mezclar varias líneas cronológicas que se superponen a lo largo del relato para ir moldeando la historia. Thelma Schoonmaker (colaboradora inseparable de Scorsese) es la creadora de una edición audaz que inyecta dinamismo en cada escena y secuencia y hace un equipo tremendo con Rodrigo Prieto, director de fotografía, que una vez más sabe como capturar la esencia de cada escena, desde planos abiertos para tener noción del ambiente en el que se codean los personajes hasta esos primeros planos que los actores saben sostener.
Y hablando de actores, vaya elenco el que Scorsese ha reunido. El director no solo ha sido capaz de reunir a tres de los mejores actores de su generación, sino que los ha devuelto a las grandes ligas, donde nunca debieron partir. Robert de Niro encabeza el reparto dando vida a Sheeran; su interpretación sorprende porque resulta contenida; gestos sutiles y la manera de hablar dan vida a un personaje que lo ha visto todo y por lo tanto, no le teme a nada. Sheeran fue a la guerra y aprendió a matar, eso en conjunto con su facilidad (y frialdad) para mentir le abren paso en el inframundo de la mafia. Joe Pesci, quien había estado retirado desde hace unos años, interpreta a Russell Bufalino, jefe y mejor amigo de Sheeran, de una forma inmejorable. Su personaje, resulta adorable por su apariencia, pero es también aterrador gracias a su entereza al hablar y su mirada penetrante. Al Pacino es el autor de la interpretación más excéntrica, su Jimmy Hoffa grita mucho y está histérico (casi) todo el tiempo pero es quien inyecta el humor en la mayoría de los casos. Anna Paquin da vida a Peggy, hija de Sheeran y su personaje funciona también como espectador: calla y observa mientras juzga las acciones de los personajes que la rodea. Mención especial a Lucy Gallina, quien da vida como la versión más joven de Peggy y, al igual que Paquin, transmite mucho con simples miradas.
La ambientación general de la película está bordada con un impecable diseño de producción y vestuario que se va ajustando de acuerdo a la década donde se posiciona el relato y una banda sonora que juega con notas variopintas desde jazz hasta temas icónicos de las épocas. Sin duda son elementos que funcionan mejor que el rejuvenecimiento facial, la única objeción a la película. El resultado aunque funciona en apariencia no conjugan bien con la forma en que los actores caminan o se mueven, por lo que más que ver las versiones rejuvenecida de De Niro y Pesci, es ver la versión robotizada de ambos. Simplemente se siente impostado. De resto, una vez que los actores se muestran de forma natural, tanto ellos como la película brillan en todo su esplendor.
Confianza y traición, amigos y enemigos
El Irlandés renuncia a ser una biopic del montón. Aunque parte con un recurso bastante repetitivo (una escena en el presente donde la narración nos remonta al pasado), Sheeran (o mejor dicho Zallian) nos lleva a una escena que va desarrollando ramificaciones que nos van a conducir a todos los hechos y relaciones que marcaron la vida como criminal del protagonista.
El relato resulta un cóctel político y económico que disecciona el Estados Unidos a finales del siglo pasado en ambos ámbitos; trae a conversación sucesos como los conflictos con Cuba, la elección de John Kennedy -para la mafia, para los sindicalistas, para los radicales- pero a su vez es un relato sobre la confianza y la traición. Y, más importante aún, sobre el truculento concepto de amistad que manejan Sheeran y los suyos. También deja ver temas como la ambición y el honor y cuánta cabida tiene en ese mundo dominado por hombres.
Precisamente por esto no sorprende ver que las mujeres son reducidas a estereotipos en la película, pero son claros reflejos de la posición que jugaban en aquel ambiente y en aquella época. El Irlandés cuenta con mujeres que son esposas, madres, hijas. Los roles que deben cumplir. Y sin embargo, tal como demuestra el personaje de Peggy (y Dolores, la hija menor de Frank) son las más razonables.
La película más reciente de Martin Scorsese tiene tiempo suficiente para ser una película de crimen, un drama biográfico, una comedia negra y, sobre todo, una de las mejores películas del año, gracias a que sabe aprovechar y mezclar todos sus puntos fuertes para desarrollar una historia muy entretenida.